Capítulo 5

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Magnus estaba cansado de las reuniones del Consejo Real. No porque no fueran interesantes, sino porque los conflictos se repetían una y otra vez en cada sesión. Casi nunca se conseguía solucionarlos, y es que los nobles que representaban los diferentes territorios de Eroda se negaban a dar su mano a torcer ante ningún asunto. Cada uno miraba por sus propios intereses y eso ponía en desventaja a su padre, junto al que estaba sentado a la cabeza de la mesa, porque él buscaba los intereses de todo el reino.

Jocelyn Fairchild estaba discutiendo acaloradamente con el duque Herondale, cuyo rostro normalmente serio estaba contraído en una mueca burlona y ácida hacia la mujer que estaba sentada a su lado.

—Las revueltas en vuestras tierras están contagiando a los campesinos del resto de los territorios —dijo Jocelyn, señalándolo con un dedo acusatorio—. Los estáis asfixiando con tantos impuestos. No pueden mantener sus hogares ni a sus familias, por lo que se marchan a vivir a los bosques como salvajes.

—Entonces, talaremos todos los bosques —dijo el duque con ironía.

Jocelyn apretó los dientes, enfadada.

—¿Es que no veis el daño que estáis causando? ¡Han encontrado niños muertos a los lados de los caminos!

—Duquesa Fairchild, yo no os digo cómo debéis llevar los asuntos de vuestros territorios.

—Eso es incorrecto —intervino Catarina Loss, la gobernadora de uno de los territorios norteños. Magnus la consideraba una amiga, pero en esas reuniones, no lo miraba ni se dirigía a él porque Magnus solo era un espectador y ambos habían acordado que el futuro rey no mostraría ningún favoritismo (por ahora) para que el resto de nobles no se enfadase. El duque Herondale la asesinó con la mirada—. No me miréis así cuando habéis dicho una mentira. Estáis constantemente diciéndonos lo que debemos hacer, duque.

—¡Mi familia es una de las más antiguas de Eroda y puedo decir lo que me dé la gana! No es culpa mía que gobernéis patéticamente en vuestros territorios.

—Cálmate, querido duque —habló de pronto Ragnor Fell, otro amigo de Magnus. Su voz había salido burlona, como si intentase calmar a un niño que estaba teniendo una rabieta. Estaba recostado contra su asiento frente a Catarina y jugaba con un lápiz entre sus dedos, distraído—. Un día de estos, la vena de tu cuello va a explotar y estropearéis la preciosa tapicería del rey.

Magnus miró de soslayo el rostro de su padre, quien no se inmutó ante el comentario del joven noble.

—¡Estáis todos en mi contra porque os interesa! —exclamó el duque, poniéndose en pie y golpeando el tablero de la mesa con el puño. Magnus fue el único que se sobresaltó del susto. Los demás parecían acostumbrados—. Si enviaseis parte de vuestros ejércitos a la frontera, no tendría que subir tanto los impuestos para financiar la defensa del reino. Os recuerdo que el ducado está al este y son las tierras que más cerca están de Paglia y, por consecuencia, de Eralión.

—Y yo os recuerdo, duque Herondale, que gracias a mi hijo ya no nos tenemos que preocupar de Paglia. La reina ahora es una gran aliada nuestra —dijo el rey. Apoyó una mano en el hombro de Magnus, sin sonreír pero con los ojos destilando orgullo. Magnus se ruborizó y sonrió complacido.

La conversación prosiguió pero Magnus se permitió abstraerse unos momentos. Había pasado un mes desde su viaje a Paglia y todo le había salido a pedir de boca. Volvió a la capital sin ningún contratiempo y su padre lo recibió encantado ante las nuevas noticias. Magnus le contó todo lo ocurrido —salvo lo que Jace, Alec y el resto habían planeado para engañar a la reina— y su padre lo felicitó por tan buen trabajo. No podía haber conseguido una mejor alianza.

rex aureus « malecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora