Estaba bañado en sangre cuando lo encontraron.Tenía siete años —o eso creía. No sabía cuándo era exactamente su cumpleaños. Su primer amo nunca celebró una fiesta en su honor pero dio por hecho que tenía cuatro años. Así que ahora tenía siete ya que tres inviernos habían pasado desde entonces. Y el cuarto se acercaba lenta pero inevitablemente.
Se balanceaba en el suelo, encogido. Abrazaba sus piernas lo más cerca que podía de su cuerpo y su mirada estaba perdida en dos cadáveres que había a dos metros de distancia. Los ojos de los muertos estaban muy abiertos y sus rostros, contraídos en una mueca de sorpresa y terror. La mitad de su cuerpo descansaba sobre una de las tantas mesas de la taberna y los vasos de cerveza goteaban, el zumo de cebada mezclándose con el líquido espeso de color carmesí en el suelo.
Todos estaban muertos.
Lo único que lo mantenía cuerdo era el dolor de la palma de su mano. Entre sus dedos sujetaba una cadena con un abalorio de plata. No sabía lo que significaba el símbolo del colgante.
AL.
Solo sabía que era lo único que le quedaba de sus padres, a los que nunca había llegado a conocer. No recordaba un momento antes de ser huérfano.
Se lo colocó alrededor del cuello. Enseguida sintió paz y su mente se aclaró. Su cuerpo cambió y todo se volvió a sentir como antes.
Se lo había dicho al viejo Siko. Le había rogado que se lo devolviese. Le había dicho que le pagaría el doble de lo que le había pagado por él, pero que se lo devolviese, por favor. El viejo Siko había respondido con risas y diciendo: "No haberlo vendido en primer lugar, chico. Ahora es mío." Sí, Alec se lo había vendido hacía tres días porque llevaba dos semanas sin probar bocado y estaba desesperado. Hambriento. Y para comer, necesitaba el dinero. Había llorado cuando le había hecho entrega del colgante a ese viejo ladrón. El hombre lo había observado risueño, como si disfrutase de su dolor. Era lo único que poseía de sus padres y lo había vendido.
Y desde entonces, Alec no había podido controlarlo. Había algo dentro de él, a veces gritando, a veces susurrando, que le pedía que hiciese daño a las personas. Era como si, al desprenderse del colgante, también se hubiese librado de unas cadenas. Alec había tenido varios amos y todos lo habían tratado fatal y, a causa de ello, solía tener pensamientos sobre hacerles daño de vuelta. Pero nunca había tenido deseos de herir a desconocidos, a inocentes que pasaban junto a él por las calles. Era esa voz en su cabeza. Era esa energía en su interior.
Se había tenido que esconder para que no lo vieran. Había robado una capa y se había movido por la ciudad entre las sombras. Cansado por el hambre y la vigilia, tomó una decisión.
Había buscado por todas partes al viejo Siko. Lo encontró en la taberna del puerto, por supuesto. Aquella noche había sido una tormentosa. El viejo Siko había humillado a Alec delante de toda la taberna. Había balanceado el colgante delante de sus narices, obligando a Alec a intentar alcanzarlo cuando ni siquiera le llegaba a la cintura del ladrón. Tuvo que saltar, gritar y moverse con torpeza. Parecía un mono de feria pero se movía por la desesperación.
El viejo Siko lo empujó y Alec cayó de cara al suelo. La taberna estalló en carcajadas.
Pero las carcajadas se convirtieron en gritos y exclamaciones de sorpresa cuando la capa se le desprendió de los hombros y reveló su rostro oculto por la tela. Todos lo miraron con horror, espanto, miedo. Terror.
ESTÁS LEYENDO
rex aureus « malec
Fiksi PenggemarMagnus es el príncipe heredero de Eroda. Toda su vida ha transcurrido tras los muros de palacio, aislado del mundo y sus problemas. Sin embargo, nubes negras de guerra se avistan en el horizonte y Magnus habrá de viajar a un reino vecino en busca d...