Capítulo 10

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—Esa zorra manipuladora —gruñó Ragnor mientras se paseaba de un lado a otro por la habitación. Magnus, Catarina y él se encontraban en un salón acogedor del palacio con las ventanas abiertas a causa del apabullante calor del temprano estío. Catarina estaba sentada en un sofá mientras seguía con la mirada los movimientos de su amigo. Magnus estaba de pie junto a la ventana con la cabeza en las nubes. Miró de soslayo a Ragnor cuando gruñó y dio una patada a uno de los sillones vacíos—. Por su culpa estamos en guerra.

—No le des todo el crédito a ella —masculló Magnus, molesto consigo mismo.

Sus dos amigos dirigieron su atención hacia él. Magnus se encogió de hombros y, con una expresión indiferente, volvió a perder la mirada por la ventana.

—Magnus, lo que ha ocurrido no es culpa tuya —dijo Catarina con un rictus amargo—. Eralión ha aprovechado que Eroda ha perdido el apoyo de Mesía para aliarse con ellos y poder llegar al reino por sus rutas marítimas. Si no se hubiese aliado con Mesía, lo hubiese hecho con Paglia. Ese rey majadero quería una guerra y ya la tiene. Tú has hecho todo lo que has podido para evitarlo.

—Pero no ha sido suficiente —gruñó Magnus—. Debería haberme casado con ella.

—No digas eso —regañó Ragnor, asqueado—, porque habría tenido que interrumpir esa boda y aunque me hubiese encantado crear drama, no eres mi tipo.

Magnus sonrió sin humor y se cruzó de brazos.

—Odio esperar a los mensajeros. Odio sentirme tan impotente.

Habían pasado dos días desde que se avistó la flota militar de Eralión acercándose a la costa de Eroda y la compañía naval del reino salió a defenderse. El rey Píramo había ordenado que todos los nobles del reino enviasen parte de sus efectivos al sudeste a apoyar al duque Herondale y frenar al enemigo. No habían tenido muchas noticias desde entonces, salvo que Eroda había detenido el avance de Eralión y que la batalla estaba siendo una carnicería y una constante destrucción de naves.

Ragnor y Catarina habían acompañado a Magnus en todo momento desde que lo encontraron en su habitación teniendo un ataque de pánico. Lo habían descubierto sentado en el suelo con lágrimas silenciosas recorriendo sus mejillas y con los pulmones incapaces de administrar el aire. Ellos creían que estaba triste y melancólico porque se echaba la culpa a sí mismo por lo que había sucedido —y en parte era así—, pero en realidad estaba así de decaído a causa de la desaparición de Alec.

No había recibido más noticias de Jace. Por una parte estaba desesperado por recibir una carta de él, pero por otra, estaba aterrado de hacerlo. No quería recibir las peor de las noticias.

¿Por qué siempre las mejores personas desaparecían de la peor manera de su vida?

Llevaba meses escuchando susurros de guerra. Había visto nubes grises en el cielo anunciándola. Pero no había creído posible que sucediera hasta entonces. La guerra estaba ahí, con su guadaña sanguinaria, a las puertas de su reino. Quitándole personas que le importaban. Dispuesta a matar a civiles e inocentes. Hundiendo cuerpos en el fondo del mar.

Agradeció haberse cruzado de brazos porque las manos le habían empezado a temblar.

Su padre había estado reunido con nobles y militares día y noche. Magnus había ayudado en todo lo que había podido, pero no era un experto en la guerra real, por mucho que hubiese estudiado sobre ello. Había sido testigo de cómo el rey Píramo trabajaba mano a mano con el capitán de la guardia, Luke Garroway, y su segundo al mando, un joven llamado Simon Lewis. No sólo habían enviado soldados a luchar en la Bahía, sino que también habían enviado diferentes regimientos a la frontera terrestre con Mesía en caso de que decidieran atacarlos también por tierra. Las únicas tareas directas que su padre le había encomendado fueron las de redactar una carta a la reina de Paglia, Aline, para informarla de lo ocurrido, y organizar la evacuación de las aldeas y ciudades más cercanas a la frontera.

rex aureus « malecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora