Alec se encontraba de pie apoyado contra una pared en el pasillo del despacho del duque Herondale en La Fortaleza. Los guardias apostados a los lados de la puerta lo ignoraban por completo. Con los brazos cruzados, veía con falsa atención sus pies. Uno de ellos tamborileaba contra la alfombra.
De repente, Jace salió velozmente por la puerta, pasó junto a Alec y siguió dando zancadas por el pasillo con un gesto iracundo. Alec se apresuró a igualar sus pasos y ambos se dirigieron al patio de los sirvientes en silencio.
Jace cogió uno de los palos almacenados en un barril y se lo lanzó a Alec, quien lo atrapó al vuelo. Sacó otro y lo hizo girar entre sus manos.
—¿Tan mal ha ido?
Jace atacó y Alec frenó el golpe colocando el palo largo horizontalmente frente a él. Las maderas vibraron ante el contacto. Jace respiraba con fuerza.
Alec retrocedió y apoyó el final del palo en el suelo.
—Veo que sí.
—Me ha dicho que soy una decepción, que soy un holgazán que ensucia el nombre de los Herondale y que antes deja embarazada a una prostituta para que un bastardo herede el título que entregármelo a mí —gruñó Jace—. Nunca seré suficiente para él.
Alec torció levemente el gesto, imaginando la voz del duque en su cabeza, y dejó que Jace se acercara a él. Sin embargo, se apartó sin esfuerzo cuando Jace intentó encajarle un golpe que tenía mucha fuerza pero poca precisión. Jace tropezó a su espalda y Alec giró a su alrededor con el palo en movimiento.
—El día que dejes de depender de su opinión, serás un hombre libre y feliz.
—¿Qué sabrás tú de la felicidad? —masculló Jace. Movió el palo a la altura de las piernas de Alec y lo hizo caer al suelo. Alec aterrizó de espaldas y el aire fue arrancado de sus pulmones.
—Cuenta hasta diez —dijo Alec, mirando el cielo azul sobre su cabeza— y luego me hablas. No pienso dejar que me trates mal sólo porque tu padre lo hace contigo.
Jace se quedó callado. Diez segundos después, lanzó el palo lejos de él. Alec escuchó el golpe de la madera contra el suelo. En su campo de visión apareció la mano de Jace. La tomó y su amigo lo ayudó a incorporarse.
Jace suspiró arrepentido y se pasó una mano por el pelo.
—Perdóname —susurró avergonzado—. Soy un amigo terrible por desquitarme contigo.
—No pasa nada —le aseguró Alec—. Sé que esta última semana has estado bajo mucha presión.
Hacía siete días que Jace había sido llamado por su padre para que viajase a La Fortaleza y le ayudase con los campesinos rebeldes que atacaban a los nobles. Alec lo había acompañado como siempre. El duque Herondale quería detener a algunos campesinos y castigarlos públicamente para asustar y detener el resto de las revueltas, pero Jace opinaba que eso sólo avivaría el fuego de su odio. El pueblo se estaba muriendo de hambre a causa de la poca productividad de las cosechas de ese año y su malestar había acrecentado por culpa del aumento de impuestos. Impuestos que no tenían sentido porque no había una guerra que financiar.
A menos de que Eroda se estuviese preparando sigilosamente para contraatacar si Eralión iniciaba la contienda. Alec no descartaba esa posibilidad.
Jace y Alec habían recorrido aldeas y pueblos en busca de noticias sobre el paradero de los grupos rebeldes. Sin embargo, los habían recibido con hostilidad y la gente se había negado a contarles nada. Los últimos días habían cabalgado por los bosques en busca de los escondites rebeldes. Habían encontrado uno, pero no lo habían atacado, ni habían intentado capturar a sus habitantes. Los detuvieron las risas de los niños y la escena cotidiana de familias viviendo de lo que les daba la tierra entre los árboles. Jace y Alec habían vuelto con las manos vacías, lo que había acrecentado la ira del duque.
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rex aureus « malec
FanfictionMagnus es el príncipe heredero de Eroda. Toda su vida ha transcurrido tras los muros de palacio, aislado del mundo y sus problemas. Sin embargo, nubes negras de guerra se avistan en el horizonte y Magnus habrá de viajar a un reino vecino en busca d...