Capítulo 18

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Magnus contempló el objeto entre sus manos. A solas en la sala del trono, lo había retirado de la cima de su cabeza. Era de noche y la luz clara de la luna se reflejaba en la superficie dorada. Magnus podía ver su imagen borrosa en las joyas incrustadas en aquel tesoro. Estaba en silencio, hundido en la marea de pensamientos y emociones que lo habían atormentado durante los últimos días.

Magnus Bane, rey de Eroda.

Aquella corona había pertenecido a su padre. Para la mente de Magnus, seguía perteneciendo a su padre. Le había parecido enorme a lo lejos. Desde pequeño, siempre había pensado que no encajaría en su cabeza. Pero lo había hecho cuando el sacerdote lo había coronado. Se había mantenido en su lugar cuando se había puesto en pie frente a toda la Catedral de la Reina arrodillada ante él. No había caído rodando cómicamente por las calles, como un aro dorado entre los pies sucios de los pobres, cuando avanzó entre olas y olas de súbditos. Le había dado estabilidad y su peso había sido tan extraño sobre él que sólo podía pensar en acabar aplastado por él.

Era tarde. Había pedido a los soldados presentes en la sala que se retirasen. Estarían en la puerta, vigilando la única entrada a aquella sala monstruosamente grande. Era tan grande que los altísimos tronos sobre el altar parecían pequeños. Por lo tanto, Magnus se sentía como una hormiga ante dos árboles en el bosque más espeso del continente.

Dejó la corona sobre el asiento del trono que había sido de su padre para después girarse y encarar el trono de su madre.

De su futuro compañero.

Las puertas se abrieron con un eco grave y su capitán anunció la llegada de Helen Blackthorn. La noble caminó con la barbilla alta y los hombros cuadrados hacia Magnus. Él le hizo un gesto a Simon para que les diesen intimidad. Simon asintió, no sin antes mirar con escepticismo a la recién llegada.

Finalmente solos, Magnus no se movió de su lugar. Desde aquella altura, era mucho más alto que Helen. ¿Así iba a ser siempre? ¿Estaría siempre por encima del resto, cerniéndose sobre todos y todo? Se preguntaba si se sentiría así de solitario el resto de su vida.

—Majestad —masculló Helen, haciendo una reverencia que ambos sabían que era innecesaria—. ¿A qué debo el honor de que me haya hecho llamar?

—Debo discutir algo contigo. Helen, te considero una amiga...

—Si es por lo de Alex —interrumpió Helen, tensando la mandíbula—, ahórratelo. Sé que estuvo fuera de lugar, pero si no lo confrontaba yo, nadie lo haría. Tú estás demasiado ciego por tus sentimientos como para hacerlo. Y a él no lo conozco de nada pero, por su reacción, sospecho que es el inteligente de la relación.

Magnus frunció el ceño.

—No te he llamado para hablar de Alec —dijo Magnus, quien remarcó el nombre con lentitud. Chasqueó la lengua y se agarró el puente de la nariz con dos dedos—. Aunque no te vas a librar de esa conversación.

—Entonces, ¿para qué me necesitas?

—Como estaba diciendo antes de que me interrumpieras -a tu rey, ni más ni menos. —Helen puso los ojos en blanco pero Magnus continuó. Encontraría otro momento para reafirmar su autoridad—. Te considero una amiga y una mujer inteligente. Me has apoyado en mis peores momentos y no has pedido nada a cambio.

rex aureus « malecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora