Helen desmontó del caballo y lo dejó en la cuadra exterior que había junto a la pequeña cabaña rural. A su lado había un caballo blanco. Se retiró la capucha de la capa negra y miró a su alrededor, encontrando en su campo de visión los árboles del bosque y las montañas a lo lejos. En la base de la colina, dos soldados paglianos oteaban el horizonte, dándole la espalda. A su nariz llegó el olor del humo proveniente de la chimenea, señalando que había alguien en el interior de la vivienda.
Dio la vuelta al edificio y tomó una respiración profunda, intentando calmar los latidos desbocados de su corazón, antes de llamar a la puerta.
Escuchó unos pasos primero acercándose a la ventana y, después, a la puerta. Recordó el terrible viento que le había acompañado en su camino y se atusó el pelo lo mejor que pudo para estar más presentable, justo a tiempo para que la puerta se abriera y la reina Aline se desvelara en todo su esplendor.
Helen la recorrió con la mirada sin poder evitarlo. Llevaba el cabello negro recogido en una trenza de raíz, colocada encima de su hombro. Llevaba escaso maquillaje, aunque Helen se percató de que sus pestañas parecían más largas. Sus ojos marrones estaban fijos en Helen y parecía estar haciendo lo misma que ella, recorrerla entera. Aline llevaba un vestido sencillo pero elegante, que contrastaba de sobremanera con la decoración humilde de la cabaña. La tela era de color azul cielo y estaba más pegada al cuerpo a la altura del pecho que en las piernas, puesto que, desde la cintura, donde había un cinturón dorado, caía holgadamente.
—Llegas pronto —comentó Aline, sonriente, en lugar de saludarla directamente. Se veían tan frecuentemente que ya no les hacía falta saludarse.
Helen se encogió de hombros y pasó al interior de la acogedora cabaña cuando Aline abrió más la puerta y se apartó. Se acercó al fuego crepitante de la chimenea. Esos últimos días había empezado a refrescar y el viento había sido frío. No había sido previsora y no había traído consigo guantes, por lo que sus manos estaban rojas e inflamadas. Las acercó al fuego y soltó un suspiro de alivio.
—¿Y bien? —insistió Aline a su espalda.
—No he ido a la reunión del Consejo de hoy —respondió Helen.
—¿Y eso?
—Se reunieron a mis espaldas hace unos días —prosiguió Helen, recordando con molestia la conversación que había mantenido con Magnus.
Todavía seguía enfadada con él y estaba en todo su derecho a seguir estándolo. ¿Cómo se había atrevido a planear a sus espaldas su matrimonio sin tener en cuenta su opinión? Le había considerado un amigo. ¿Cómo había podido hacerle eso?
No obstante, una pequeña voz le dijo que de habérselo preguntado a ella primero, la respuesta hubiese sido la misma. Helen no podía casarse, mucho menos con el rey de Eroda. Magnus había apelado a su amistad para convencerla pero era eso mismo lo que le impedía contraer nupcias con su amigo. Lo hacía para protegerlo.
—Así que he decidido que prefiero no ir yo a que no me inviten —finalizó Helen.
—¿Y por qué hicieron eso? —preguntó Aline, colocándose a su lado y estudiando su perfil con curiosidad e interés.
Helen se sonrojó levemente a causa del escrutinio de Aline y esperó que la reina pensara que era a causa del calor de las llamas. Durante todos aquellos encuentros, Aline la había escuchado complacientemente y sus consejos habían sido útiles y serviciales. Con ella, Helen se sentía comprendida.
Helen mordió su labio inferior. No quería hablar del tema y mucho menos sabiendo que involucraba el tema del matrimonio. Había ido allí para distraerse de los asuntos de la Corte. Y también porque había echado de menos a Aline desde la coronación, la última vez que se habían visto.
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rex aureus « malec
FanfictionMagnus es el príncipe heredero de Eroda. Toda su vida ha transcurrido tras los muros de palacio, aislado del mundo y sus problemas. Sin embargo, nubes negras de guerra se avistan en el horizonte y Magnus habrá de viajar a un reino vecino en busca d...