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Helen observó al príncipe Magnus toda la noche. Con una copa de champán en la mano, había visto desfilar a príncipes y princesas que buscaban bailar con el príncipe heredero. Como Ragnor Fell, amigo del príncipe, había estado ocupado bailando con un joven noble de baja alcurnia que había conocido en otra fiesta, Catarina y ella eran las encargadas de interponerse entre los pretendientes y Magnus en caso de que este les enviara la mirada de socorro.

La amistad con Magnus había sido repentina. Helen no la había buscado para nada. Siempre que iba a la Corte, abandonaba su hogar y acudía con resignación. Se ocupaba de los asuntos de Estado que le concernían en las reuniones del Consejo y se apresuraba a volver a la Mansión Blackthorn con su familia. Nunca había trabado amistad con el resto de nobles. Siempre había mantenido relaciones cordiales con los otros miembros del consejo, pero siempre con cierta distancia.

Como todo el mundo en ese salón de baile, Helen guardaba secretos.

Secretos que tiraban de ella y cargaban su espalda con cada paso. Su círculo cercano había quedado reducido a sus hermanos pequeños y, desde que heredó la responsabilidad de ser la cabeza de la familia Blackthorn, había evitado acercarse a alguien más. No quería arriesgarse a que la dañaran, no después de la muerte de sus padres y el exilio de su hermano Julian.

No después de que se llevaran a Mark.

Sacudió la cabeza, espantando esos terribles recuerdos. Estaba en una fiesta y había asistido a ella para divertirse y encargarse de que Magnus pasara un buen cumpleaños. Había estado decaído los últimos días y Helen sospechaba que era a causa del famoso soldado que había regresado vivo del campamento de Eralión. No lo conocía de nada, pero, en su opinión, ese tal Alec había tomado la mejor decisión al alejarse del príncipe. Era realista, como ella. Después de todo, Magnus era un príncipe y Alec, un plebeyo. Nunca funcionaría.

Magnus llamó su atención por encima del hombro y Helen ya empezaba a acercarse a él cuando un joven disfrazado con un sombrero de ala ancha enorme se aproximó al príncipe y le pidió un baile. Magnus pausó pero acabó aceptando. En lugar de bailar en el centro de la sala, bajo la luz de la lámpara de araña, la nueva pareja de baile de Magnus los guió hacia un lateral.

Helen los siguió con la mirada durante el primer minuto de la canción. Estudió al nuevo pretendiente de Magnus. No le reconocía, pero no fue una sorpresa. Helen tampoco conocía a todos los presentes como Magnus, quien se había estudiado la lista de invitados entera.

Bebió los últimos restos de la copa de champán y se movió para buscar una nueva.

Llegó a la mesa donde estaban alineadas filas de copa de champán y alargó la mano para agarrar una. Otra mano se chocó con la suya y ambas se retiraron cuando se tocaron.

Helen levantó la mirada para descubrir a una joven mirándola con la boca entreabierta y el ceño levemente fruncido.

La mujer llevaba el cabello recogido a la altura de la nuca. Algunos mechones caían desordenadamente sobre sus sienes. Vestía una túnica verde musgo con detalles blancos y dorados de siluetas de arqueros. Sus brazos estaban decorados con brazaletes dorados. Sus labios eran rojos por el carmín y sus ojos, negros y rasgados, no se apartaban de ella tras el antifaz dorado.

—Disculpadme —dijo la mujer con voz grave, sorprendiéndola.

La mirada de Helen recayó en su boca. Cuando se dio cuenta del gesto y la otra alzó una ceja, se sonrojó.

—No, no —se apresuró a decir Helen con torpeza. Se colocó un mechón detrás de la oreja, rozando el pendiente de plata que llevaba, y rió con nerviosismo—. Ha sido culpa mía. No os había visto.

rex aureus « malecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora