Alec no podía apartar la mirada de la espada en el cuello del príncipe. Estaba quieto, a la espera. No podía permitirse ningún movimiento, ningún error. Esos segundos serían decisivos para el resto de la vida de Jace, de sus compañeros y de él mismo.
Un solo fallo y ya no te consideraré mi hijo, había dicho el duque Herondale antes de que Jace y el resto del grupo partiesen hacia la capital para recoger al príncipe y escoltarlo hasta Paglia. Perderás tus derechos, tu herencia y tu honor. Se acabarán tus aventuras y tus caprichos y no podrás volver a pisar estas tierras. Ni tú, ni tu esposa, ni ninguno de los muertos de hambre a los que llamas amigos.
Jace había bromeado con el príncipe Magnus durante la hoguera y le había restado importancia a lo que le había dicho su padre, pero Alec lo conocía mejor y podía ver a través de su tapadera. Jace necesitaba que aquella misión, en apariencia simple, saliera bien.
—Mierda —dijo Jace. Alec no podía verle el rostro porque le daba la espalda, pero sabía que ya no mostraba su común sonrisa cargada de arrogancia.
Sus dedos escocían de sujetar la flecha. La cuerda del arco temblaba imperceptiblemente por la tensión. El claro se había llenado de silencio. Sus atacantes sonreían ante la nueva agitación de los soldados.
—Dadnos todo lo que tengáis o le rompemos el cuello a este noblecillo de poca monta —dijo el que había hablado desde el principio. Agarraba su espada con seguridad, a diferencia de hacía unos segundos.
—¿Noblecillo de poca monta? —jadeó Magnus, indignado. Había fruncido el ceño y por un segundo pareció que se había olvidado de que una espada amenazaba su pescuezo—. ¿Cómo te atreves?
Su captor lo apretó más contra su cuerpo y Magnus cerró la boca con un gesto de espanto casi cómico.
Jace alzó la espada como si fuera una extensión de su brazo. La tensión en sus hombros era mortal.
—Soltadlo si sabéis lo que os conviene.
El trío soltó una carcajada al unísono.
—Veo que éste no es un noble cualquiera... ¿qué eres? ¿Un duque? ¿Un conde? —susurró el hombre en el oído de Magnus y éste frunció la nariz en un gesto de asco.
—Disculpe, ¿pero conoce el concepto de higiene bucal?
El hombre lo observó desconcertado y apretó la mandíbula con fuerza cuando entendió que Magnus acababa de decir que le apestaba el aliento. Se lo tenía que reconocer al principito; tenía agallas. Su compañero le hizo un gesto para que se callara y volvió a mirar a Jace.
—Un movimiento en falso y el chico es hombre muerto.
Jace tendría que aceptar. No podía arriesgarse a que secuestraran al príncipe, mucho menos a que le hiciesen daño. Qué ilusos habían sido al pensar que aquel viaje iba a ser pan comido. En realidad, lo había sido hasta que el príncipe se le había escapado y había intentado conciliar con delincuentes.
Eroda estaba dividido en varios territorios, todos propiedad de la casa real. Sin embargo, estos territorios eran gobernados a su vez por nobles, como el padre de Jace. Este gobernaba las tierras al este que convergían con la frontera de Paglia. El rey tenía la máxima potestad pero el reino era tan amplio y basto que necesitaba ayuda para controlarlo todo. Al final, cada noble acababa imponiendo sus propias leyes, y en el ducado de los Herondale, esas leyes consistían en subir los impuestos mes tras mes. Alec sabía que sus atacantes eran campesinos desesperados y muertos de hambre arruinados por los impuestos y las malas cosechas de aquel año. Lo sabía porque él había sido uno de ellos una vez, hacía mucho tiempo. Las tierras de los Herondale estaban llenas de gente como ellos. Sin embargo, ahora estaba bajo las órdenes del futuro duque y su misión era proteger al príncipe y llevarlo sano y salvo a Paglia.
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rex aureus « malec
FanfictionMagnus es el príncipe heredero de Eroda. Toda su vida ha transcurrido tras los muros de palacio, aislado del mundo y sus problemas. Sin embargo, nubes negras de guerra se avistan en el horizonte y Magnus habrá de viajar a un reino vecino en busca d...