Capítulo 22

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Encadenado, el monstruo había dado pavor. Libre y sin cadenas, causaba puro terror en todo el cuerpo de Magnus.

Los guardias lo rodearon al instante hasta casi empujarlo contra la pared al otro extremo de la habitación, en el punto más alejado a aquella criatura. Sobre las cabezas de sus guardias, Magnus pudo ver cómo el monstruo movía los brazos con violencia y apartaba a todos con los ojos muy abiertos. Parecía fuera de sí y los colmillos se asomaban amenazantes de entre sus labios.

El corazón de Magnus latía con fuerza, tan fuerte que, momentáneamente, le sirvió de distracción del caos del salón. Helen se encontraba a su lado pero no parecía tan asustada como él. Quería aferrarse a alguien o esconderse, pero eso demostraría lo aterrorizado que se sentía. Por muchas ganas que tuviese de salir corriendo, era el rey de Eroda. Debía mostrarse seguro y valiente.

Los soldados eralionenses dirigían sus espadas y lanzas con puntas afiladas hacia el monstruo, que se encontraba acorralado y rodeado en el centro de la sala. La criatura saltó sobre la mesa en la que se habían sentado a negociar los reyes del continente y desplazó su mirada frenética por toda la habitación, en busca de una salida.

—¡Prendedlo! —ordenó Marco desde el otro extremo de la habitación—. ¡Que no escape!

Las orejas del monstruo se erizaron y giró lentamente su cabeza en dirección al rey de Eralión. Su rostro se convirtió en una fuente de la que manaba puro odio.

Magnus lo observó asustado, pero también embelesado. Qué parecido era a un ser humano y sin embargo... la manera en la que se erguía, su sola presencia, era diferente. Había leído muchísimo sobre esas criaturas, pero la descripción de un libro no podría hacerlas justicia nunca. Las historias que había leído describían a hadas del bosque cuyas aventuras los niños disfrutaban leer. Este ser era hermoso, tan hermoso que resultaba peligroso. Era antiguo pero a la vez joven. Y era...

Era su enemigo, se lo había dicho su padre y se lo había dicho Marco. Aquella criatura formaba parte de una raza que había asesinado a su madre. Magnus había crecido solo y sin amor por culpa de ese monstruo y su profecía. Su padre se había marchitado hasta convertirse en una cáscara vacía y triste por su culpa. Eroda había sangrado durante un año porque su padre y él no habían podido ver que el enemigo no estaba en el este, sino más allá de las murallas al oeste.

—¡Matadlo! —ordenó Magnus en un rugido, apretando la mandíbula con fuerza—. ¡Quiero su cabeza!

Emma fue la que se movió primero con la espada en alto. Se subió a la mesa por la espalda de la criatura pero esta fue más rápida. Paró el golpe que le venía por detrás sujetando la hoja de la espada con sus dos manos. Emma se tropezó hacia delante y perdió la espada. La criatura cambió la espada a la otra mano y la sujetó por el mango.

—Alejaos —siseó el monstruo con una voz melodiosa y suave pero al mismo tiempo ronca y profunda. Movió la espada de un lado a otro de manera amenazante—. Alejaos todos.

De repente, soltó un grito y su mano dejó caer la espada sobre el tablero de la mesa. Se dobló sobre sí mismo y se llevó las manos a la cabeza. Una mueca de dolor le cruzaba la cara. Empezó a recitar:

Dos reyes... cruzarán la herida del odio... —gimió de dolor y se dejó caer de rodillas frente a los soldados sorprendidos—. Dos reyes... de oro y de plata... unirán lo que una vez roto fue...

rex aureus « malecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora