capitulo 26

500 34 3
                                    

Ezgi se levantó después de las nueve; algo extraño, porque solía madrugar.
Özgür  seguía dormido, de modo que Casey y ella iban de puntillas por la casa, para que descansara. La había despertado a medianoche. Estaba teniendo una pesadilla, pero ezgi  no se atrevió a despertarlo… murmuraba frases que no podía descifrar, pero una de ellas estaba bien clara:
«ezgi , ezgi , ¿dónde estás?» ezgi  se había sentado a su lado, susurrando palabras de consuelo, apretando su mano e intentando que no se golpeara la rodilla. Pero era obvio que, su angustia, no había desaparecido, después de dos años.
Özgür  salió de la habitación de Casey, a las diez, bostezando.
—Lo siento. Cuando tomo dos pastillas, me quedo dormido en cualquier parte.
—Yo creo, que te hacía falta —dijo ezgi .
—¿He dicho algo… en sueños?
—Sí, has dicho algo.
Özgür asintió con la cabeza, frustrado, mientras se acercaba a la ventana para ver a Casey, jugando en el jardín.
—¿Cuándo tendrá un perro guía?
—Cuando cumpla ocho años. Aún le dan miedo los perros; así que, prefiero esperar.
—Ah, claro. Oye, ezgi , quiero decirte… —Creo que es hora de que hablemos… Özgür  sonrió.
—¿Podrías contratar una niñera, esta noche? Creo que deberíamos hablar, sin tener que preocupamos por Doña Orejitas.
Una cita. No había salido con un hombre, en seis años. No se había sentido como una mujer, en seis años.
—Hay un par de chicas, en el Centro, que están entrenadas, para cuidar de niños ciegos.
—Llama a una para esta noche, por favor —le pidió Özgür —. Yo la pagaré. A partir de ahora, me toca pagar a mí. Nunca le faltará nada, ezgi . Y tú no tendrás que sacrificarte, para que Casey tenga todo lo que necesita.
Ella asintió con la cabeza. No se le ocurrió decir que no, porque Casey también era su hija.
—Gracias. Veré, si hay alguna chica libre.
Y hoy no tienes que hacer, la comida. He encargado que me preparen una cesta de merienda, en el hotel.
Özgür  salió al jardín, para saludar a su hila y luego, subió al coche. Volvió una hora después, con pantalones cortos, camiseta y una enorme cesta de mimbre, en la mano.
—¡Atención, chicas! Ni el mismo oso Yogui, habría encontrado una merienda mejor. Espero, que tengáis apetito.
Desde luego,ezgi  lo tenía. Y no de comida, precisamente. Özgür  estaba guapísimo. Le estaba creciendo el pelo y se le rizaba un poco, en la nuca. La camiseta marcaba su ancho torso y el estómago, sin una gota de grasa. Y los pantalones cortos permitían ver, unas piernas musculosas y marcaban la curva, de su apretado trasero… Y ella estaba fantaseando otra vez, con lo que no podía tener, se dijo a sí misma.
«Está aquí, por Casey. No pienses, otra cosa».
Pero su corazón y su cuerpo, no querían escuchar la voz de la razón. Tantos años de soledad… era como ese rico chocolate suizo, que no podía comprar nunca.
Y, si ya lo estaba pasando mal, por la noche la tentación sería, insoportable.
En silencio, salió al jardín y colocó una manta, sobre la hierba.
¿Era atracción física, el destino o, sencillamente, las hormonas? El amor era una emoción tan complicada… Los pocos hombres que podían haberla hecho feliz y ser buenos padres para Casey, nunca le habían interesado. Besarlos habría sido como besar, al hermano que nunca tuvo. Pero Özgür  la hacía olvidar hasta su nombre, o el día que era. Y lo que era mejor para su hija, se iba por la ventana.
Sin embargo, tenía que luchar contra esos sentimientos, contra Özgür , contra sus hormonas, contra los deseos de su corazón.
—¡Casey! ¿Estás lista, para la merienda más deliciosa de tu vida?
—¿Qué has traído? —preguntó la niña, intrigada.
—Hasta que no te sientes, no lo sabrás.
Casey se acercó a él, con expresión animada.
—Compruébalo —dijo Özgür , abriendo la cesta.
La niña metió la cabecita y lanzó una exclamación:
—¡Tarta de chocolate! ¡Pollo frito y patatas!
Ezgi hizo una mueca. Brett y el chocolate, una combinación letal.
—¿Dónde está la ensalada? —preguntó su hija, entonces.
—¿Qué ensalada? —exclamó Özgür —. ¡Nosotros somos Atasoy , no conejos!
¡Los Atasoy , no comen ensaladas!
Ezgi  tuvo que sonreír. No podía enfadarse con él. Nadar contra corriente era, una pérdida de tiempo.
Antes de comer, Özgür  colocó un montón de juguetes flotantes en la piscina, creando una especie de capullo protector que, para los niños ciegos, era muy cómodo.
—¡Casey, voy para allá! —gritó, bajando por la escalerilla.
Sabía que la niña necesitaba estar rodeada de cosas, que pudiera tocar. Se había tomado la molestia de descubrir, las necesidades de los niños ciegos.
Ezgi tuvo que tragar saliva, de nuevo. Qué duros tenían que haber sido para Özgür  esos dos últimos años, soportando la terapia, las operaciones; esperando tener noticias, de su esposa y su hija… Y aun así, había encontrado tiempo para aprender Braille, para descubrir, lo que la niña podía necesitar… Cuando salieron de la piscina y ezgi  dijo, que podía comer lo que quisiera, dejando el pastel para el final, Casey se lanzó sobre la cesta como un conejito y ella aprovechó para tocarle el brazo.
—Gracias. Ha sido, estupendo.
Özgür  sonrió, volviéndose para mirar a su hija. Y, en lugar de sentirse celosa, ezgi  sintió que se le calentaba el corazón. La relación padre-hija, que ezgi no había podido disfrutar durante su infancia, estaba haciendo a Casey más feliz que nunca.

Nuevos planesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora