Capitulo 6

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Mis padres te han buscado, a ti y a su nieta, como locos durante estos años, Ezgi .
¿Nunca se te ocurrió pensar que necesitaban a la niña, al haberme perdido a mí… o que ella querría conocer, a la única familia que tiene?
Ezgi apretó los labios.
—Yo no sé mucho de familias felices, así que no se me ocurrió pensarlo, lo siento —no parecía amargada, sino resignada… pero había algo más, una emoción, que no parecía querer mostrarle.
Una vez, Ezgi  había compartido con él todos sus pensamientos, todas sus emociones, todas sus inseguridades.
«Lleváis seis años sin veros», le dijo una vocecita interior. «¿Qué esperabas?, ¿que mientras tu vida daba un giro de ciento ochenta grados, ella siguiera exactamente igual?».
—Uno podría pensar que tu infancia es razón más que suficiente, para que quisieras estar con mis padres. Por fin conseguiste una familia, ¿no? Mis padres te recibieron, con los brazos abiertos… —A pesar de que era una huérfana, sin apellido conocido —asintió ella—. Y a pesar de que no merecía el afecto, de los Atasoy .
—¿Qué demonios significaba eso? Yo jamás he pensado en ti, de esa manera.
—Lo sé —contestó Ezgi .
Pero no había expresión en sus ojos. ¿Qué estaba ocultando?
—Mis padres, se portaron bien contigo.
Özgür  vio algo en sus ojos, pero desapareció enseguida. Una emoción tan profunda, como privada.
—Se portaron bien conmigo —repitió ella, sin ninguna inflexión en la voz.
Una distancia mucho mayor que dos metros, los separaba. Özgür sentía como un soldado, intentando asaltar solo una fortaleza, golpeándose la cabeza contra invisibles barricadas.
Los sueños que había tenido en Mbuka, sobre la felicidad de su reencuentro, estaban rotos por completo. Esos sueños lo ayudaron a soportar una vida tan oscura, tan vil, tan solitaria, que apenas podía pensar en lo que le había costado sobrevivir.
Sólo pensaba en volver a casa, con Ezgi . Ella era su esperanza, su alegría, su futuro, la única razón para levantarse por las mañanas y soportar, aquel secuestro. Como prisionero de guerra, su habilidad como médico era lo único que lo mantenía con vida. Y, con tal de sobrevivir, tenía que curar a rufianes para quienes la vida valía tan poco, que matarían a su propia madre por comida… En los campos de refugiados, en los desiertos y la jungla de Mbuka, agarrarse a ese momento, había sido su única esperanza.
Volver a casa no había logrado detener las pesadillas, los temblores, las veces que perdía la conciencia y no sabía dónde estaba. Durante dos años de dolorosa fisioterapia, después de la reconstrucción de su rodilla, y con el sufrimiento de
repetidas infecciones, se había agarrado al sueño de reencontrarse con Ezgi , con una tenacidad que desafiaba a la razón.
«Pero ella nunca estaba en casa, cuando llamabas por teléfono desde Mbuka», le decía, el demonio de las dudas. «Y sus llamadas, las pocas que recibiste, siempre eran cortas, tensas. Unas llamadas, que te daban pánico, ¿recuerdas?» Pero no quería pensar en eso. Ezgi  no lo había dejado, no podía haberlo dejado.
Y cuando al fin volviese con ella, estaría en casa por fin… porque su casa estaba entre los brazos de Ezgi , en el corazón que, él lo sabía, era absolutamente suyo.
Pues la había encontrado. Y mientras él hacía un esfuerzo sobrehumano, para no tomarla entre sus brazos, apretarla contra su corazón y olvidar las pesadillas, besándola como un loco, lo único que  Ezgi había hecho era, apartarse.
Poner distancia entre ellos no sólo física, sino emocional. Una distancia, que parecía decidida a mantener.
De modo que sus padres tenían razón; había escapado de él, se había alegrado de que muriera. Había rehecho su vida en Sidney, dejando un rastro tan tenue, que le costó dos años encontrarla.
¿El recuerdo de lo que hubo entre ellos, era tan insignificante para ella?
La niña tenía que ser su hija. Había visto fotografías de Casey y tenía sus mismos ojos, los mismos hoyuelos en las mejillas. Ezgi  no podía decir, que era hija de otro hombre. Y, si era necesario, pediría una prueba de ADN para demostrarlo.
Pero no tendría por qué hacer eso. No con Ezgi , con su Ezgi , a quien una vez le habría confiado su vida, su corazón, su futuro. Ni en sus peores sueños habría creído, que pudiera ser tan dura, tan egoísta como para desaparecer sin dejar rastro, para alejar a la niña de sus abuelos, para negarles el consuelo de su única nieta, cuando lo creían muerto.
—¿Qué te ha pasado? —la voz de Ezgi , interrumpió sus pensamientos—. En la pierna, quiero decir.
Era curioso que hubiera sido él, quien había estado en una zona de guerra, enfrentándose a la muerte en más de una ocasión, pero la verdadera pregunta no fuese sobre él.
«¿Qué te ha pasado, Ezgi?» «¿Qué te ha hecho, cambiar?» Özgür se encogió de hombros. Los terribles recuerdos de Mbuka… que Dios lo ayudase, ¿podría olvidarlos algún día? Soportar cada noche sin tomar algo que matase los sueños, lo convertía en un amasijo de dolor. Pero despertar cubierto de sudor, gritando el nombre de Ezgi  como una plegaria, le parecía una victoria.
—¿Özgür ?
—El disparo de un francotirador —contestó él. Si le contaba los detalles, los sueños serían peores esa noche—. Una tribu cerca de Congo necesitaba un médico y tuve que ir… pero en esa ocasión, me destrozaron el ligamento de la rodilla y se infectó el cartílago. Así no podía curar al señor de la guerra, de modo que me dejaron tirado en la carretera. Me recogieron los miembros de otra tribu, que huía de la zona.
Intentaron curarme, con métodos de su medicina tradicional y luego me dejaron, con unos voluntarios de Naciones Unidas. Ellos me llevaron, a un hospital de campaña.
—¿En esa ocasión? —repitió Ezgi , con los ojos llenos de horror—. ¿Te habían disparado, más veces?
—Todos los días —suspiró él—. Es un país en guerra. Todo el mundo dispara y nadie sabe nada, de nadie.
—¿Y eso es lo que pasó cuando… desapareciste? ¿Que te dieron por muerto?
Özgür  asintió con la cabeza. Tenía que saberlo, tenía que saber por qué no había llamado o había vuelto a casa.
—Ser médico en una zona de guerra, es un oficio peligroso. Tardé dos años en escapar, del primer señor de la guerra, pero me capturaron de nuevo, cuando iba hacia el sur.
—¿Por qué no salió en las noticias, en los periódicos? —susurró ella, con sus grandes ojos azules, llenos de incredulidad—. Tu padre tiene poder, influencias. ¿Por qué tu desaparición no apareció, en los medios? ¿Por qué no te buscaron?
—Yo había firmado el contrato con los ojos abiertos, sabiendo lo que podría pasarme. No fue culpa de nadie —Özgür  volvió a encogerse de hombros—. Todo el mundo pensó, que estaba muerto.
Curioso, eso significaba que tampoco era culpa de Ezgi , que no podía culparla.
Y, sin embargo, la culpaba. Ella lo amaba. ¿Por qué no había creído que podía estar vivo, como sus padres? ¿Por qué había hecho las maletas y había desaparecido?
—¿No comprobaron, si estabas vivo o muerto?
—En Mbuka tienen que ocuparse de los vivos. Es imposible comprobarlo, asegurarse. Supongo que os darían, la información típica en estos casos: «hay alguna posibilidad de que esté vivo pero, por favor, sigan adelante con sus vidas. Podían no encontrarlo, nunca».
Ella tragó saliva, mientras asentía con la cabeza.
—Y yo lo creí. Tenía que irme. Tus padres eran tan… —Si mi padre hubiera podido ir a Mbuka y estrangulado a alguien para sacarle información, lo habría hecho. Pero está en una silla de ruedas. Ha tenido una serie de embolias… sufrió la primera, una semana después de que tú te fueses.
Özgür  lo miró, sorprendida.
—Lo siento, Özgür  No lo sabía.
—Si te hubieras quedado en Melbourne, lo habrías sabido. Pero… ¿te habrías quedado para ayudarlos a soportar, la pérdida de su hijo? ¿Les habrías dado el regalo de tu hija, mi hija, a mis padres? Quizá si lo hubieras hecho, no te habrías convertido en una sombra… cambiando de nombre y escondiendo a mi hija de su familia, su única familia, que sólo quería darle cariño.
Ella se quedó mirándolo, con su palidez más marcada que antes. O no podía o no quería, contestarle.

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