• El pecado de una noche •

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Capítulo XXXIV - El pecado de una noche.

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Dicen por ahí que de los errores aprende la gente. Espero de veras que algún día deje de cometerlos y empiece a aprender de ellos.

El camino a la casa de Brianna se estaba haciendo largo, más largo de lo que yo pensé que sería.

Habíamos salido a las diez y media, y casi son las once de la noche.

¿Moraleja que me ha dejado esta media hora en coche? No dejar a Graciela a cargo del medio de transporte.

Uno porque lo olvida, y dos, porque no sabe cómo pedir uno.

¿Cómo me enteré de ello? Después de preguntarle como pidió el taxi en Uber y me dijo que había desinstalado la aplicación porque pensaba que era una App para citas.

Siempre supe que le debí haber pedido a Naldo que nos trajera.

Pero aun con todo ese retraso y malos momentos (como cuando creímos que nos seguía un violador), gracias a Dios ya estamos aquí.

Una vez fuera del taxi, sentí los vellos de mi cuerpo erizarse ante el tacto helado de la brisa nocturna, que acariciaba mi nuca suavemente, haciendo que mi cabello me hiciera cosquillas por todas partes al que tuviera alcance, que era muy poco debido a que llevaba el pelo atado en un moño.

—¿Viste? Todo salió bien. Salimos de tu casa con los disfraces perfectos y tus padres no nos cacharon —dijo Graciela sonriendo.

—Mi madre —le corregí—. Además, no cuenta como logro porque ya estaban dormidos cuando nos fuimos.

Graciela rió por lo bajo, mientras murmuraba un "por ahora no lo es".
Le di un leve golpe en el hombro, mientras ahora nos reíamos a carcajadas por nada, ganándonos una mala mirada del guardia.

Empezamos a caminar, adentrándonos al residencial, que por ser privado no nos habían dejado pasar montadas en el taxi.

Cosa de ricos o del guardia de la puerta, al que, por cierto, creo que le caí mal.

La noche cada vez se tornaba más fría, avisando que llovería a cantaros. Intentaba ir al paso de Graciela, pero a decir verdad, no podía caminar bien y mucho menos ir a su paso con estas botas de tacón tal alto.

Bendito el día que no quise aprender a caminar con tacones como mi madre me insistió por años.

—Si, si, muy bien salió todo —dije hablándole a la nada—. Pero lo que va a ir mal es el viaje al hospital si no bajas la velocidad.

Graciela se detuvo, dejándome ir a la par de ella.

—Gracias —le agradecí, ya más aliviada.

La música que sonaba a todo volumen desde la casa de Brianna (vamos a suponer que es esa y no que hay dos fiestas en el mismo residencial) se había empezado a escuchar desde la entrada del residencial de mansiones en el que vivía, pero ya, a estas alturas, se escuchaba tan claro como agua.

"El agua ni siquiera se escucha, inteligente".

Claro que sí.

"Que no"

Nos adentramos mucho más al residencial, antes de poder divisar la mansión de la familia de Brianna.

Cada vez que nos acercábamos más, sonaba más alto la música y se veían más potentes las luces y reflectores que habían colocado afuera.

GinebraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora