• Una extraña primera cita •

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Capítulo XXIV - Una extraña primera cita.

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Se que dije mil veces que esto no era una cita, pero ya a estas alturas no podía negarlo. Era una cita aunque me repitiera mil veces: No lo es.

"Aunque prácticamente Ayden no te invitó a una cita, sino a..."

¡Continuemos...!

Ahora que ya saben que SI es una cita, sigamos...

Mi primera cita con Ayden oficialmente estaba siendo un asco total. Y no señores, no es por la compañía. Ayden es todo un amor. Es por la mala fortuna que nos tocó.

Primero, después del entrenamiento, cuando Ayden y yo íbamos a besarnos, el entrenador se le ocurrió que sería una gran idea interrumpir nuestro momento.

Luego quisimos hacer un picnic, pero no pudo pasar porque empezó a llover a cántaros.

Y último, pero no menos importante, el auto de Ayden se quedó sin gasolina.

... Y no señores, yo tampoco sé cómo pasó.

—Entonces... —miré a Ayden acusatoriamente. Sabía que no era su culpa, pero supongo que en lo que llega la grúa por nosotros, puedo divertirme viendo como él intenta excusarse—. De la nada a el auto se le ocurrió que sería divertido quedarse sin gasolina.

Ayden me fulminó con la mirada.
—Ya te dije que lo siento, que no me di cuenta. ¿Qué más necesitas oír?

Me reí de su sufrimiento. Podría durar horas en esto.

Miré por la ventanilla del lado del auto el panorama. Afuera llovía a cántaros, las nubes grises y la leve neblina de otoño hacían ver este parque común y corriente, como un parque digno de una película de suspenso y terror donde persiguen a una miserable chica.

—Oye Ayden, ¿Tienes frío? —pregunté curiosa.

Ayden tenía el ceño fruncido, pero aun así negó levemente.

—¿Por qué? —cambió su expresión a una de preocupación—. ¿Tienes frío? ¿Subo la calefacción?

Negué divertida ante todas sus preguntas de obvia preocupación.

—No, no es nada de eso —localicé su teléfono móvil en el posavasos del coche—. Solo quería saber si...

No me dio tiempo a terminar la oración que tenía en mente; porque tomé su teléfono, abrí la puerta y salí corriendo como si mi vida dependiera de ello.

—Ginebra, ¡Ginebra! ¿Pero qué estás haciendo? —lo pude oír gritar a mis espaldas, pero sólo era un grito amortiguado, ya que el viento y la lluvia amortiguaba su sonido.

Corrí por el campo abierto adentrándome a ese parque con una tan belleza peculiar. El aire frío me calaba los huesos, sentía las gruesas gotas de agua fría chocando contra mi piel. El cabello se me pegó a la frente nublando mi la vista, por lo que di un traspié y me caí en un charco de barro.

Empecé a reírme como desquiciada, me aparté el cabello de la cara, apreté el teléfono de Ayden contra mí, cerré los ojos y me quedé allí a sentir las gotas de lluvia chocando contra mi cara. Era reconfortante.

Ayden no tardó mucho en llegar a donde me encontraba. Como tenía los ojos cerrados, no podía verlo, pero sus pisadas me lo alertaron.

—Para jugar fútbol eres algo lento.

GinebraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora