• Tenemos una cita •

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Capítulo XXXVIII – Tenemos una cita.

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Pov's Ginebra.

Me desperté en el suelo...

Okey, creo que esto no está funcionando. ¿Cómo que en el suelo?

Aunque me hallaba en el suelo, duro y frío, no hice el más mínimo intento de movilizarme hasta mi cama (si lo hiciera la pereza nunca me lo perdonaría) solo me hice bolita en el piso e intenté volverme a dormir, pero no lo conseguí.

Esta no es mi cómoda y cálida cama.

Me puse de pie de mala gana y miré el reloj-calendario que había en mi mesita de noche. Domingo, 12 de la mañana...

¿D-domin-go?

Me puse de pie de un salto, cayéndome dos veces en el proceso.

—¡Es hoy...! —grité, hecha un manojo de nervios, pero gritando de felicidad.

—¿Qué pasa hoy que estás tan feliz? —murmuró Graciela, aun acostada en mi cama y con la cara enterrada en mi almohada.

—¡Es hoy! —grité eufórica otra vez, saltando en la cama, provocando gruñidos de molestia por parte de ella.

Ups... Olvide que ya no está sola.

Dejé de hacerlo al instante.

La puerta de mi baño se abre de golpe, dejando a la vista a una Alaska sonriente, con el pelo húmedo y recién bañada.
—¡Buenos días, chicas! A que es un día hermoso.

Graciela y yo le lanzamos a Alaska una mirada curiosa, mientras reíamos al unísono.

—¿Y a ti qué bicho te picó que amaneciste tan sonriente?

Alaska daba vueltas sobre su propio eje, dando pequeños saltitos y giros, dignos de una enamorada sin remedio.

Me acuerda a la película de Barbie donde solo se la pasan bailando...

—Es un día hermoso. Solo es eso.

Graciela y yo nos miramos fijamente antes de empezar a reírnos descontroladamente.

—Si, si —dije entre risas—. Solo es eso. Qué gran chiste.

Graciela fue disminuyendo su risa, hasta que se quedó seria.
—Ya, enserio. Dinos que pasa. Tenemos necesidad de un chisme fresco.

Alaska se empezó a desenredar el cabello mientras sonreía. Tenía las mejillas sonrojadas y los ojos extrañamente brillantes, dejándome saber que era una noticia que le emocionaba mucho.

—Chris me pidió que sea su novia.

—Aww... —salte hasta donde ella—. ¡Eso es magnífico!

—Oh... —soltó Graciela, haciendo una mueca—. ¿Y a cuantos continentes de distancia van a decírselo a Ayden?

Miré a Graciela mal.

—¡Calla!

—¿Que? O se fugan o se lo dicen a Ayden de la manera más bonita que puedan... Cosa que todos sabemos que no va a funcionar.

Alaska dejó de sonreír al instante, sentándose en un puff blanco que había en mi habitación.

—No pensamos en eso.

GinebraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora