• Cambios •

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Maratón 1/3

Capítulo XXVIII - Cambios.

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¿En qué cabeza...?

¿En qué cabeza cabe...?

—Ginebra...

Miré a mi madre por el rabillo del ojo. Se encontraba en la puerta de mi habitación, de brazos cruzados y a su espalda, el susodicho de ojos miel.

Seguí rebuscando un inexistente par de calcetines que si coincidiera en el cajón donde guardaba mi uniforme de repuesto. Todo por no mirarlos a la cara.

—¿Sí? —murmuré, casi inaudiblemente.

Pude oír como mi madre le pedía al susodicho que la esperara en la cocina, porque quería hablar conmigo a solas. Él, claro está, muy obedientemente se fue, pero no sin antes dejarle un pequeño beso en la cabeza.

—Bien —mi madre se adentró a la habitación, cerrando la puerta tras ella—. Ahora sí, quita esa cara de "Ojalá me caiga un rayo" y siéntate que tenemos que hablar.

Cerré el cajón que tenía abierto y me senté en el suelo, lejos de ella.

Al darse cuenta de que no quería hablar de eso y de que definitivamente me molestaba, Gris se puso de pie y empezó a dar vueltas en círculos.

—Hablamos de esto... ¡Dijiste que estabas feliz!

—Ya. Pero yo dije que estaba feliz por ti y que me hacía ilusión que ya no fuéramos nosotras dos solas...

—¡Si! —me interrumpió—. ¿Entonces porque tu actitud hacia él?

—No me dejaste terminar —froté mis manos contra la falda del uniforme escolar, frenéticamente—. Pero nunca dije que intentaría que nos lleváramos bien.

Mi madre se detuvo en seco y frunció el ceño.
—Debe ser una broma. Estás actuando de manera muy infantil, Ginebra.

Me crucé de brazos e hice un puchero, corroborando lo que había dicho anteriormente.
—No me digas.

Gris suspiró, se sentó nuevamente en la cama y bajó la cabeza.

—Pensé que estarías feliz...

—Estoy feliz, pero por ti.

—Ginebra, dentro de poco seremos uno. No puedes estar feliz por mí y no por él.

—Ehh, si puedo. Es justo lo que estoy haciendo ahora.

Mi madre me miró. Estaba cansada de esto, se le notaba.

No era fácil para ella. Estaba embarazada y comprometida con un hombre con el que quería empezar de nuevo, pero al que su hija odiaba.

No era justo, pero era la reacción normal si en medio de tu cena tu madre de la nada te sale con una parecida.

Suspiré rendida.
—Bien... —murmuré —. Lo intentaré.

—¿En serio? —sus ojos brillaron de felicidad—. Aww, Gin...

Me puse de pie, pero no me moví de mi lugar. —Voy a darle una oportunidad. Pero sólo una.

Gris no esperó más y se abalanzó sobre mi para darme un gran abrazo.

—Ay, gracias, linda. No sabes lo feliz que me haces.

Le devolví el abrazo con el mismo afecto. Duramos un par de segundos así, hasta que me dejó ir.

GinebraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora