• Un encuentro inesperado •

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Capítulo XVII – Un encuentro inesperado.

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—Ya llegamos, Gin.

Me desmonté del auto con mil pensamientos nublándome la cabeza.

Di un par de pasos para estirarme y poder destensar los músculos. El camino había sido corto, pero extrañamente agotador.

Eché un vistazo a mi alrededor. El triste y gris paisaje del cementerio fue lo único que alcancé a ver en varios metros. Estoy segura de que si hubiese sido otra la ocasión, me hubiera dado escalofríos estar aquí.

Pero esta era una ocasión que requería de mi fortaleza.

"Se fuerte, Gin."

Apreté más el ramo de rosas blancas contra mí, como si eso fuera a quitarme el miedo que me había entrado justo en el momento que habíamos llegado al cementerio.

Miré a mi alrededor otra vez, pero esta vez me concentré en pequeños detalles que no se podían distinguir a una simple mirada rápida.

Los árboles secos se alzaban por toda la longitud del cementerio, dándole un aire misterioso y tenebroso al lugar. Había una pequeña casita, que supondré que era del cuidador del lugar. Y mucho más lejos de mí, pero más cerca de una verja negra y oxidada que había a los costados de la parte este del cementerio, se encontraba una fuente color de blanco.

Una brisa gélida me azotó el cabello, causando que este me cubriera la cara.

Lo que hubiera dado porque Ayden esté aquí.

Me quité el cabello de la cara con la mano que tenía libre.

Mi madre me abrazó por detrás y sin mediar una sola palabra, empezamos a caminar en dirección a una colina que se hallaba en el área del cementerio.

Mi madre había insistido (como todos), en que fuéramos solo nosotras dos. Que sería como un reencuentro familiar.

Uno muy extraño, a decir verdad.

En el camino a la colina me quedé mirando las diferentes lápidas que llenaban el cementerio. Todas ellas estaban en mal estado. Se veía que hace mucho que nadie pasaba por aquí, aunque sea solo a traer un ramo de flores.

Después de caminar alrededor de unos dos minutos y subir la colina, nos detuvimos cerca de una solitaria lápida.

—¿Lista? —preguntó mi madre en un susurro.

Suspiré mientras apretaba con mucha más fuerzas el tallo de las rosas del ramo que le había traído a mi padre.

Asentí varias veces, y no estaba segura si era para convencerme a mí, o a ella.

Y aun así, con todos esos miedos e inseguridades, di un par de pasos hasta que pude ver lo que decía en letras pequeñas la lápida:

" Steven Black.
1977 - 2005
Excelente hijo, excelente compañero.
Descanse en paz "

Fijé la mirada en mis pies. Hoy era 20 de septiembre, mi cumpleaños.

Mi madre habló al fin, sacándome de mi trance.

—Hoy hace diez años tu padre murió. Te traje para conocerlo. Sé que no es perfecto, pero...

—Está bien —la intenté tranquilizar dándole pequeñas caricias en la espalda—. Pudo estar mejor, pero así lo quiso la vida.

GinebraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora