• Su versión de las cosas •

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Capítulo XVIII - Su versión de las cosas.

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Miré por centésima vez a mi madre.

—Si no me lo dices, nunca podré saber la historia.

Mi madre hizo una mueca muy graciosa, por lo que sonreí.

—De verdad desearía que nunca tuvieras que saber esto. Pero supongo que como perdonaste a tu padre, podrás perdonar a tus abuelos.

Fruncí el ceño, "¿Supongo, dijo?".

—Todo empezó...

—Espera —la detuve mientras le tapaba la boca, ganándome una mirada fúnebre de su parte—. Primero háblame sobre tu nombre. Cómo iba, Grisdelfia, Grisdelfa...

—Grisdalnia —me corrigió.

Chasquee los dedos. —Eso. ¿Ese es tu nombre?

Gris rodó los ojos.

—Era, Ginebra, era.

—Ah... —me rasqué la frente—. ¿Y quién te lo puso? ¿La abuela?

Gris murmuró algo inaudible antes de volverse hacia mí.

—Más tarde lo hablamos, ¿te parece?

—Bien.

Otra vez se preparó para hablar. Sus ojos parecían mirar hacia adelante, pero estoy cien por ciento segura de que estaba atrapada entre sus recuerdos.

—Todo empezó un verano. Muy cliché dirás, pero era el escenario perfecto para que pasara —bajó la mirada, pero aun así pude ver una sonrisa tonta en su cara. Eso me gritaba que le encantaba ese recuerdo—. Tenía un trabajo de verano para poder pagar una bicicleta nueva para mí. Ese día, cuando iba a tomar la orden de una mesa, lo vi. Tenía esos preciosos ojos verdes tan atrapantes, ese cabello castaño tan perfecto y esa voz tan varonil que me enamoré al instante.

Me imaginé ese escenario, y sí, me dio mucha gracia, pero también mucha ternura. Eso debió sentirse bonito.

—Te gustaba mucho, ¿cierto? —le pregunté antes de que siguiera con la historia. Ella asintió a modo de respuesta.

Después de unos segundos continuó: —Solo bastó una mirada para que nos enamoráramos. Recuerdo muy bien el sonido de su risa, y el olor de su camisa —hizo una pequeña mueca de tristeza—. Él era lo más parecido a una perfecta que conoceré en toda mi vida. Pero como sabes, la vida sigue.

Mi mente creó al instante de haber oído eso, una idea super loca de lo que ella se refería.

—Lo dices porque...

Mi madre le restó importancia con la mano.
—Ya hablaremos de eso. Pero ahora, en lo que íbamos...

Jugó con el papel del barquillo de helados un momento.

Aparté la mirada de lo que ahora era mi pensante madre, y me imaginé cientos de escenarios en los que mis padres eran los protagonistas.

—Ese verano —su voz me trajo a la realidad otra vez—, cuando tu padre y yo empezamos a salir, tuve la desgracia de conocer a sus padres —alcé ambas cejas. ¿Dijo desgracia o tanto shock emocional ya me está afectando? Ella solo continuó a pesar de haber visto mi cara de duda.

»Era un día muy caluroso, y él y yo habíamos decidido que sería buena idea ir a la playa a pasar un rato juntos. Estábamos de camino, cuando en un semáforo, nos encontramos a sus padres. No lo podía creer, estaba muy nerviosa e intranquila por el hecho de conocer a mis posibles suegros. Pero no me recibieron bien.

GinebraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora