Atrapada en mi libertad

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Aren

Mi garganta dolió cuando mi grito desgarrador salió de ella. Una vez que noté donde estaba, mi respiración comenzó a normalizarse y mis jadeos pararon. Aún sentía mi corazón latir como loco y podía sentir como una capa de sudor cubría todo mi cuerpo, incluso las negras sábanas debajo de mí estaban húmedas.

Las imágenes de mis pesadillas seguían frescas en mi memoria y probablemente estarían ahí por siempre. Sentía como las lágrimas se acumulaban en mis ojos e intenté tranquilizarme para evitar que éstas cayeran. Una vez que lo logré, me quedé con la mirada perdida mientras mi mente navegaba entre todos mis dolorosos recuerdos.

Cuando la tortura ya fue suficiente, dirigí mi mirada a la pequeña ventana al costado derecho de mi cama. Las cortinas blancas no estaban completamente cerradas, por lo que podía observar la cuidad y al cielo que aún se veía oscuro. Curiosa por saber la hora exacta, dirigí mi mirada a la mesita de noche a un costado de mi cama y al lado opuesto a la ventana. Sobre ésta se contrata un libro que recientemente había comenzado, mi arma, el frasco con píldoras para dormir y el despertador. Este último marcaba las tres de la mañana, por lo que la frustración apareció como cada día. Sabiendo que no podría volver a dormir, decidí comenzar con mi rutina diaria.

Me deslicé de mi cama, para luego arreglar las sábanas y cobertores negros de mi cama individual. Me quedé un momento observándola. No había ni una sola arruga en ella, las almohadas estaban perfectamente centradas y no había ninguna cubierta que sobresaliera más de un lado que de otro. La perfección en esta simple acción de tender mi cama, me hizo ver qué hay que cosas que nunca se olvidan, como las pesadillas.

Ignorando las pantuflas justo enfrente de la cama, caminé descalza por el suelo de madera gris y me dirigí a mi armario. Tomé un conjunto de ropa interior deportiva gris, un jeans negro rasgado en las rodillas, una blusa de mangas largas color vino, mi abrigo largo con capucha negro y mis botines del mismo color. Organizando todo sobre mis brazos, para evitar que las prendas resbalaran de mis brazos, me dirigí a la puerta del baño justo a lado de la de mi armario.

Una vez adentro, dejé todo sobre la taza del baño y me retiré la sudadera roja que utilizaba como pijama. Me acerqué a la regadera y abrí el agua fría. Esto inmediatamente ayudó a relajar mis tensos músculos y cerré mis ojos para concentrarme en la sensación de tranquilidad que el agua helada me provocaba.

No tardé más de cinco minutos, ya que realmente no hago gran cosa en la ducha. Cerré la llave del agua y comencé a secarme con una toalla que previamente había sacado del mueble debajo del lavamanos. Una vez seca me coloqué la ropa y salí del baño. Ni una vez me giré a observarme en el espejo, no solo porque lo había destrozado hace bastante tiempo, sino porque no necesitaba recordar como era y lo que era.

Salí de mi habitación y caminé por el estrecho pasillo que me llevaría a la sala que estaba casi pegada a la pequeña pero funcional cocina. Me paré frente al refrigerador y lo abrí notando que no había absolutamente nada. No me sorprendía, ya que me había olvidado o simplemente me dio igual pedir las compras el día anterior. Sin embargo, no pude evitar sentirme irritada por esto. Cerré la puerta del frigorífico con más fuerza de la necesaria y caminé hacia la sala. Me arrodillé frente al sofá blanco de tres plazas y tomé el cojín del medio. Tomé el cierre que mantenía el relleno adentro y lo abrí para revelar una gran cantidad de dinero. Buscando más al fondo localicé el teléfono que utilizaba en ocasiones cómo está. Prendí el aparato y entré a la página del supermercado más cercano, seleccioné todos los productos que necesitaba y observé el precio. Como siempre no era mucho, pues solo era yo y mi soledad, siempre fue así.

Una vez que realice el pedido para que lo enviaran a mi domicilio, tomé el dinero exacto que se necesitaría para pagar y guarde el teléfono de nuevo.

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