Los recuerdos de Aren parte 1

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Aren

La habitación se había sumido en un silencio asfixiante. La luz amarillenta iluminaba el baño y en ciertas ocasiones titilaba. No me sorprendía considerando la clase de lugar donde nos estábamos quedando. Sin embargo, eso no era un problema, al menos no ahora. Había aparecido un nudo en mi garganta que me dificultaba hasta respirar y podía sentir como si me ahogara.

Después de soltar mi mayor temor, no pude evitar apartar mi mirada de la abrumadora y analítica de Lucian. Me sentía repulsivamente débil, expuesta, y lo odiaba. Me odiaba por dejar que me viera vulnerable una vez más. En cada ocasión en la que me había desmoronado frente al pelinegro, siempre estaba esa insidiosa voz dentro de mi mente, recordándome quien era. Era un asesina. Vivíamos en un mundo destructivo y despiadado, y lo único que podía hacer para sobrevivir era volverme peor.

Estúpidamente, me había permitido abrirme ante alguien, aunque yo nunca lo había deseado. La desolación que me había consumido en esos momento fue más fuerte. Sin embargo, en cuanto la calma regresaba, siempre aparecía el feroz arrepentimiento por haber hablado.

Esa misma sensación era la que me agobiaba en este momento. Aunque ciertamente la fuerza de estas emociones había mermado considerablemente, en comparación con los otros eventos, me era imposible librarle por completo de la incomodidad. Deseaba con vehemencia no sentirme así con Lucian, pues quería que el confiara en mí.

Durante toda mi existencia, la vida de miles estuvo en mis manos, pero no porque ellos lo hubieran decidido así. Por primera vez, Lucian había decidido por sí mismo entregármela para protegerla y no tenía intención de fallarle. Ya le había fallado a muchos. A Moni... mi hermana... mi parvada. No quería hacer lo mismo con Lucian.

El silencio de había prolongado por varios minutos y parecía que no tendría final. Después de todo, el pelinegro parecía seguir analizando toda la información que había recibido y yo aún estaba demasiado obnubilada.

Finalmente, la quietud en el cuarto de baño se rompió cuando Lucian suspiro como si intentara tranquilizarse.

—Aren, ¿por qué tendrías miedo de ti misma?—

—Esa pregunta es bastante estúpida, sé que ya lo has deducido. De lo contrario, no me mirarías como si no me reconocieras—

—Tienes toda la razón, puedo darme una idea, pero yo no quiero eso. No quiero conocerte a base de suposiciones. Así que, por favor, dime la razón, Aren—

Había cierta demanda en el tono de voz de Lucian, la cual también era visible en sus ojos.

En cuanto esas palabras abandonaron sus labios, la respiración se quedó atrapada en mi garganta. Los recuerdos se movían con rapidez por mi mente y cada uno de ellos era una pieza esencial que había creado mi miedo. Un miedo que seguramente nunca desaparecería, sobretodo cuando las memorias permanecerán frescas en mi mente. A pesar de mis intentos por bloquearlas, las imágenes simplemente eran demasiado claras. Sin embargo, aunque lo detestara, tuve que obligarme a hablar.

El cuarto era blanco con hermosas mariposas de todos los colores pegadas a las paredes, parecía como si volaran. En el centro de la habitación había una cama enorme con cobertores turquesas, donde yo estaba. Mis pequeñas piernas estaban enredadas entre las sábanas de seda y me llevó un tiempo liberarme de ellas. Sin embargo, lo hice con gran emoción. Una vez que me bajé de la cama, mis pies comenzaron a brincar con diversión.

¡Era hoy! ¡Era hoy!

Salí disparada hacia el baño de la habitación. Me cepillé el cabello y lave mis dientes, justo como mi mamá siempre me decía. También me lavé mi cara e hice mis necesidades como había aprendido.

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