2

303 28 2
                                    

Melissa

Nunca fui la primera opción de nadie.

Nunca me sentí prioridad en la vida de alguien.

Hasta él.

Hasta que sus hermosos ojos grises me miraron como si fuese la única y la última.

Como si fuese su todo.

Y lo arruiné.

***

Unas semanas atrás...

—¿Crees que ella estará bien? — pregunté a mamá mientras veíamos el lujoso auto negro, del prometido de mi hermana, partir de casa rumbo al aeropuerto. —Me da mala espina que se tenga que ir con tanta anticipación.

Mamá me miró y suspiró profundamente.

—Hay ciertas cosas que no podemos evitar, querida. El destino es una de ellas.

—¿A qué te refieres?

Ella negó, provocando que sus rizos castaños cubriesen sus ojos húmedos.

La vida sin mi hermana menor sería tan aburrida y monótona. Sin embargo, debía acostumbrarme y seguir yo también con el ciclo de la vida. Debía comenzar a reconocer que Thara sería feliz en su para nada convencional historia de matrimonio.

Mi hermana, cuatro años menor, había logrado que mi madre sonriera con orgullo por una vez en su vida. Una de sus hijas había pescado un gran partido. Nada más y nada menos, que un poderoso líder de clan. Mi hermana pequeña se convertiría en una flamante señora del clan. Respetada y temida por todos.

¿La envidia sana existía?

Thara había logrado lo que toda joven adulta mediocre y fracasada, como yo, aspira en su vida. Ella había encontrado un amor a primera vista y destinado para siempre. Mi cuerpo aun vibraba con emoción a causa de la escena del gran Señor Märco gritando a los cuatro vientos que en nuestro cutre clan había encontrado a la mujer de su vida.

Suspiré. Qué lindo era el amor incondicional.

—¿Dónde este papá? —cuestioné al no verlo husmeando por allí como cordero que va al matadero. Él tenía una absurda expresión de congoja cada vez que veía a mi hermana. Vamos, que no era para tanto, simplemente el ciclo de la vida. Pero mi padre parecía no verlo de esa manera, parecía que al aprobar su matrimonio con mi hermana él la había arrojado a los lobos. En fin, sus dramas aparte.

—Fue por su dosis semanal al hospital.

—¿Otra vez?

—Él ha estado muy estresado —respondió mamá con simpleza al hecho de que esta era la tercera vez que papá iba al hospital por su "dosis semanal". Lo entendía, no era fácil saber que tu legado de siglos se estaba acabando. Lo que conllevaba un montón de problemas. Estábamos casi en la quiebra, ese era otro de los motivos por lo que mamá se sentía tan orgullosa de que mi hermana pescara un buen marido. ¿Entienden? Mi madre seguía con su mentalidad de cavernícola atrasando la evolución de la mujer como sostén de familia. —Deberías comprender y no comenzar a juzgarlo.

—Lo que digas, mamá.

La primera noche sin mi hermana en casa fue tortuosamente vacía. Nunca había reparado en la importancia que cada miembro de una familia tenía. Para mí era normal llegar a casa y compartir hasta el agua con mi familia.

Esa noche aproveche para desahogarme y escribir en mi cuaderno de notas un par de poemas dedicados... a nadie. Valga la redundancia.

Thara muchas veces mencionó que mi compulsión al escribir era para huir de mi realidad diaria. Ser una mujer solterona de veintinueve años que aún vivía bajo el ala de sus padres. Ser la hermana "menos agraciada" y que jamás recibía miradas por más de los segundos correspondientes y necesarios como para reconocer a otro ser vivo.

FUEGO EN LA SANGREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora