Demasiados aurores

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No hablar del status de la sangre. Saludar cordialmente. Irnos a lo de Mary.


Sirius Black pensaba la lista de cosas que no tenía que decir en la casa de los Mckinnon mientras esperaba sentado en la sala donde recibían visitas, que llegaran los padres de ella.
Si se mantenía fiel a esa lista mental de cosas, estaría bien.

Ya habían acordado los términos de dicho encuentro en una de las veinte cartas que Marlenne le había enviado. Sirius no era gran fan de escribir cartas, pero se sentía más acompañado cuando escuchaba el sonido de Venus entrando por su ventana. Marlenne estaba allí de alguna forma y aunque en la casa de los Potter la compañía no faltaba, a la segunda semana de vacaciones, Sirius se encontró extrañándola.

Fue una suerte que Mary escribiera a James invitándolos a pasar unos días en su casa, aprovechando que sus hermanos estarían allí y podrían armar un partido de Quidditch.
James tomó la invitación de Mary como excusa para proponerle a Lily pasarla a buscar por su casa e ir juntos. Y allí fue donde a Sirius se le prendió la lamparita: Podría hacer lo mismo con Marlenne y de esa forma, conocería a sus padres por un corto lapso de tiempo y luego irían juntos a la casa de su amiga.

Parecía todo perfecto, pero cuando recibió la confirmación de Marlenne con ella vinieron algunos pedidos adicionales: la vestimenta.
Tardó dos días en contestarle que aceptaba las condiciones porque estaba sumamente ofendido con que la chica "aconsejara" que se vistiera formal.

-Podríamos comprarte un par de camisas... - propuso de forma muy alegre la señora Potter.

- ¡No...! No hace falta, de verdad... - contestó Sirius avergonzado de aquello.

- ¡Tonterías! Ningún hijo mío se vestirá con ropa que le queda corta...

"Hijo"
A Sirius se le caía el alma cada vez que la señora Potter se refería a él como "hijo"
No puso mucha resistencia, porque si ella no le compraba la ropa, se la compraría el señor Potter. O James.

Así que allí estaba Sirius, sentado en un sillón color rojo oscuro contemplando la sala de los Mckinnon, vestido con una camisa azul marino que le daba calor y unos pantalones negros, lo más sobrio posible.

Cuando lo recibió Marlenne, olvido por un momento que estaba en casa de sus padres y la beso con tal intensidad, que los dos elfos domésticos que estaban en la puerta chasquearon la lengua indignados.

No puedo creer cuanto te creció el pelo... ¡Y que te lo hayas peinado! Le había dicho la rubia, que se veía deslumbrante con su vestido de verano color rosa.
Las cosas que me deberás hacer por habérmelo peinado... le susurró Sirius antes de entrar a la casa.


Los señores Mckinnon estaban en sus habitaciones aún y aunque a cualquier mago le hubiera parecido una falta de respeto hacer esperar tanto tiempo a su invitado, Sirius sabía por qué lo hacían: Toda familia de sangre pura (orgullosamente, de sangre pura) hacía lo mismo. Era una forma de demostrar importancia. De demostrar poderío. No los culpaba. Sus padres eran iguales.


A los diez minutos de esperar, a Sirius le dio un tic nervioso en una pierna. Marlenne estaba al lado de él, feliz de la vida y él quería ir al baño o salir corriendo.
¿Por qué me cuesta tanto? Por dios... tienen cosas con el emblema de la familia.
Eso era quedarse corto. La gran sala tenía trofeos y utensilios de oro, que Sirius reconoció al instante.
Sobre una de las paredes había una biblioteca enorme, la más grande que pudiera haber visto, con libros extraños y lo que parecían cuadros viejísimos. La casa de Marlenne era lo que uno podría llamar como "una casa de poder"

Eso es lo que le generó a Sirius estar sentado en ese sillón. Era una casa poderosa, no por lo material, pues no había muchas cosas, pero las cosas que tenían debían valer la mitad de Gringotts.


- ¿Marlenne...? - se escuchó una voz suave que debía ser la madre de la chica. Sirius automáticamente se puso de pie para recibirla.

Alta, elegante, con el pelo rubio tomado en un rodete tirante y vistiendo unas túnicas sobrias con un collar de perlas, se encontraba Lizzy Mckinnon. Si así se vería Marlenne de grande, Sirius estaba dispuesto a pedirle casamiento.

La señora iluminaba la habitación y eso que estaba vestida con colores oscuros. El muchacho se acercó con paso decidido y le estrecho la mano.

Merodeadores superando las expectativasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora