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NAT

Al salir, encontré a Max en cuestión de segundos, era el único en el pasillo. Y para mi sorpresa, iba vestido muy parecido a mi. Tenis negros, pantalón de cuero, camisa vino y chaqueta igual de cuero. Su cabello estaba despeinado y me sonrió como sólo él sabía hacer; esa sonrisa que tenía desde pequeño. Se veía muy guapo. Vestido así, seguro haría morirse a cualquier chica que se le ocurriera mirarlo.

Al llegar junto a mi, paso un brazo sobre mis hombros y me guió por un pasillo.

—Me imagino que ya sabes dónde estamos — dijo medio divertido—. Si no lo sabes, eres muy poco observadora.

—Coral de Fuego —fue todo lo que pude decir. Estaba perdida con la construcción del internado. Era un castillo o por lo menos, aparentaba serlo. Todas las ventanas daban a jardines asombrosos y en estos había chicos vestidos igual que nosotros. Sólo que con variaciones de colores. Si antes tenía algunas preguntas, ahora eran el doble.

No sé si Max notó mi cara de sorpresa, pero él continuó hablando.

—Antes de conocer a la directora, debes saber una cosa. La regla más importante. Nadie, absolutamente nadie debe saber tu apellido. La enfermera, la directora, tu sargento y maestro de historia son los únicos que lo saben. Aparte de mi obviamente —agregó con sarcasmo—.Tú no eres quien para hacérselos saber y si preguntan, tu no debes decir absolutamente nada.

—¿Qué pasa si alguien más se entera?

—Nat, todas las escuelas tienen sus reglas de seguridad. Todos aquí son como nosotros, niños de las familias, todos desconectados del mundo exterior. Y el que nadie sepa los apellidos de otros, permite que convivamos sin la superioridad que nuestro apellido nos da. Aparte, si alguien entrase y secuestrase a alguien; éste no podría dar mas que nombres sin apellidos. Cosa que no sirve de mucho. —Entonces ni siquiera aquí estábamos completamente seguros...

—¿Max? ¿cuánto tiempo llevas aquí?

—Tres años —dijo con una sonrisa triste— al segundo año de la separación, un terremoto destruyó mi escuela. La causa fue natural, pero entre en pánico y huí. Coral de Fuego no tardó en localizarme, y Will me trajo hasta aquí. Él era el único que sabía donde podía encontrarme —me miro con ojos de añoranza.

—Me fuiste a buscar — dije frenándome en seco y tomándolo del brazo. El asintió en respuesta, me rodeo con sus brazos y retomamos camino.

Al girar a la derecha, nos topamos con una escalinata. Al bajarla, entramos a un pasillo que terminaba en un par de puertas de madera increíblemente grandes. Tenían grabados en oro. Y reconocí las inscripciones. Mamá solía hacerlas.

Max, son de mamá ¿verdad? —dije sin darme cuenta de la manera en la que no había hablado desde hacía muchos años. Telepáticamente. Beneficio de ser gemelos. Aunque ese talento aplicaba en todas las familias.

No pensé que los fueras a reconocer— me contestó con asombro y cariño. Él también había extrañado esa conexión entre nosotros.

Salimos al jardín y nos dirigimos a la fuente central. Que más que eso, era un espejo de agua inmenso.

—Pensé que íbamos a la oficina de la directora.

—Para allá vamos

—Max eso es una fuente.

—No te deberías dejar engañar tan fácilmente —dio un paso para pararse en el espejo. Lo jalé antes de que su pie tocara el agua. Me tomó la mano y me preguntó —¿confías en mí? —juntos dimos el paso, yo cerré los ojos esperando sentir la bota mojada. Los abrí al ver que eso nunca pasó. Estaba parada sobre el agua, literalmente; y Max me miraba riéndose de mi cara.

Coral de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora