[OBRA TERMINADA]
Una deidad atrapada en el cuerpo de un canino, se acerca con el propósito de liberar su alma a un ser demoníaco capaz de hacer que recupere su cuerpo. Pero para desgracia de Lan Wangji, ese cultivador demoníaco le teme con brutalida...
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Wei Ying
Los jades Lan, dioses de la integridad, serenidad y paz, que habitaban en el monte más alto y alejado del reseso de las nubes. Su hogar, un bosque santo en el que junto a ellos, habitaban criaturas celestiales. Lan Zhan y Lan huan, dos dioses jóvenes alabados y reconocidos por todo el mundo de la cultivación, crecieron como el orgullo de los cielos por ser tan capaces y perfectos, destinados a cuidar de la humanidad y a expandir la justicia.
El primer jade, un hermoso hombre celestial al que acudían los cultivadores cuando tenían problemas o para recibir serenidad. Y por supuesto, el segundo jade, ojos claros y cristalinos, de impertumblame semblante y tan silencioso como un mar en calma, que hacia un hecho la frase "donde quiera que el mal esté, ahí estaré". Un dios solitario que se dedicaba a acabar con las criaturas malignas y cuidar de la profundidad de las nubes.
El joven dios Lan zhan también era conocido por su nombre de cortesía, Lan Wangji, o su apodo Hanguang-jun. Y el primer jade Lan, también llamado Lan Xichen o por su título de oro "Zewu-Jun". Ambos se encargaban de cuidar con integridad a los seres mortales de la tierra y de derribar la maldad.
Se encontraba sentado bajo la sombra de un árbol de hojas anchas, haciendo lo que normalmente hacia por las mañanas en la profundidad de las nubes, meditar. Cuando un ruido externo perturbó su tranquilidad, trató de ignorarlo pero cada vez el ruido persistía más, por lo que aún con el ceño fruncido, abrió los ojos en busca de aquel llanto infantil que había interrumpido su meditación.
Pronto descubrió que el origen de aquel chillido era un pequeño niño de piel clara aunque manchada por la suciedad de jugar en el bosque, con la pierna atascada en un tronco hueco, que rogaba a lamentos ayuda. El pequeño al ver la celestial imagen de aquel hombre de hombros anchos y túnicas blancas, comenzó a llorar aún más fuerte.
Lan Wangji respetaba a los niños, a si como cualquier criatura con vida en la tierra, pero le era intolerable el ruido y la suciedad, cosas que estaban mezcladas en esta pequeña y chillona criatura. Suspiró profundamente y posicionó una mano en bichen, su fiel espada, bañada en plata y entregada al nacer para cuidarlo y ayudarlo a deshacerse de criaturas malignas. El niño comenzó a llorar más de miedo ante el rostro frío del hombre.
Lan Wangji desenvaino a bichen y la colocó al lado de la pierna del niño, justo en el espacio que había de su piel y el hueco, y con un fuerte golpe el tronco se partió a la mitad, liberando al pequeño que todavía lloraba en el suelo. Al terminar su misión, Wangji enfundó su espada y cuando estaba por volver a su rutina, sintió una presión en su pierna derecha.
El niño que antes lloraba a mares ahora se encontraba abrazando sus túnicas junto a su pierna, sin intención de soltarla. Lan Wangji detestaba el contacto físico, aún peor, el contacto físico con humanos. Supo que era un niño humano porque además de su evidente aroma, una criatura inhumana no lloraria atascada en un tronco. Y supo que el niño tampoco era de la región, porque los niños se la secta Gusu Lan portaban su singular cinta en la frente, en cambio este, solo tenía la cara manchada de lodo al igual que su ropa.