Capítulo 14. Pecados

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¿Qué rayos?
Muchas cosas pasaron por la mente de Victoria. ¿No sabía lo mal que se veía al desaparecer después de un atentado contra ella?
Por un momento se le helo la sangre. No podía ser cierto, el jamás...
Un pequeño papel le llamo la atención; este reposaba pegado al lado del televisor. La chica lo tomo y leyó el contenido:

"Señorita Victoria: lamento irme en estas circunstancias. Se que puede verse muy incriminatorio, pero no se preocupe. Yo jamás haría algo contra usted, al contrario, la aprecio mucho. Sin embargo, si se quién esta detrás de esto.
El pasado nos alcanza tarde o temprano. El atentado no fue hacia usted, realmente me buscaban a mí. Usted solo tuvo mala suerte de estar en el mismo lugar y momento que yo. Si algo malo le hubiera pasado, no me habría perdonado jamás.
Esto va más allá de su poder... lo siento. Tengo que alejarme para poder protegerla. Estar a su lado solo la pondría en peligro. Odie verla tan mal el día de ayer, y no quiero que vuelva a pasar.
Descanse sin preocupaciones, nunca más alguien la volverán a molestar.
Le agradezco lo buena que fue conmigo, y espero tenga un futuro maravilloso.

-Franco"











Había tomado todas las medidas de seguridad posible. Ya tenía sus maletas listas, pronto estaría muy lejos de allí.
—Son quince con cincuenta – le dijo la cajera del supermercado. Franco saco un billete de veinte dólares para pagar un bote de anticongelante y una cajetilla de cigarrillos. Tomo su compra y camino deprisa hasta su auto.

 Tomo su compra y camino deprisa hasta su auto

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Esos desgraciados lo habían encontrado.

Al estar en Estados Unidos, pensó que jamás darían con él. Pero parecía que su poder llegaba hasta aquel país.
Miro sus manos: estas estaban temblando.
A pesar de que había tratado de permanecer en calma y con la cabeza fría frente a la señorita Victoria, la verdad es que moría de miedo. Ellos lo habían encontrado, y parece que no habían olvidado su deuda.
Eso jamás terminaría hasta que alguno de los dos terminara muerto. Desgraciadamente las posibilidades estaban en su contra.
Haberse ido de la casa de la pelinegra fue lo mejor que pudo hacer. La única opción que tenía ahora era huir lejos, meterse en el agujero más recóndito que encontrara y esperar nunca ser encontrado.
¡Demonios! Tenía una vida maravillosa, había encontrado una excelente oportunidad para empezar de cero. Ahora tenía que renunciar a todo y conformarse con seguir viviendo.
Agito la cabeza. Ya no tenía sentido lamentarse. Debía mantenerse concentrado y alerta, una vez que estuviera a salvo podría sopesar sus posibilidades.
Fue cuestión de unos pocos minutos para al fin llegar a su casa.
Sin embargo, noto que algo estaba fuera de lugar; cuando salió de su departamento, había dejado una pequeña hoja de papel atorada entre la puerta y el marco. Solo una persona muy cuidadosa lo hubiera notado. Sin embargo, y como había previsto si alguien allanara su casa, la hoja se había caído.
Tenía compañía.
Miro hacia los lados y no encontró rastros de ningún auto desconocido. Si había alguien dentro, debían ser solo uno o dos.
No había otra opción. Tenía sus posesiones más importantes en la maleta que estaba sobre su cama, no podía viajar sin eso. Así que se resignó a enfrentar a quien fuera que estuviera dentro; camino con sigilo mientras sacaba su arma. Dio unos cuantos pasos e inspecciono la cocina. No había nadie.
Se movió en silencio, y se internó a la sala de estar. También estaba vacío.
Lo mismo con el baño y comedor.
Solo quedaba un lugar.
Dio unos cuantos pasos, lo más discretamente que pudo.
Miro por el espacio bajo la puerta: la luz estaba encendida. Definitivamente había alguien dentro.
Trago saliva, y sosteniendo el arma a la altura de su pecho tomo la perilla de la puerta.
Sostuvo la respiración y la abrió.
Se arrojo por el piso y apunto hacia la cama.
—¿Así me recibes la primera vez que te visito en tu casa? -.

El mayordomo y la princesa de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora