Capítulo 40. Exilio

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—Buenos días- saludo Victoria a su familia.

Estaban todos reunidos a la mesa, cuando la joven salió de su habitación.
—Buenos días, hija- respondió su madre sirviéndole un poco de café a su esposo —¿quieres? - pregunto y Victoria acepto.
—Te dormiste muy tarde- asevero el padre de la joven bebiendo la oscura bebida.
—Si, como a las 4 creo- dijo recibiendo la taza que su madre le ofrecía.
—Se que son tus asuntos, pero deberías tratar de dormir por las noches... podrías hacerte daño a la salud- le pidió el hombre de cabello canoso.
—Tu padre tiene razón, Victoria. Procura hacer lo que tengas que hacer en el día, la noche se hizo para dormir...
—Realmente les agradezco por preocuparse- les expreso ella tomando el azúcar y poniéndole una cucharada a su bebida caliente —pero estas cosas son así. No se preocupen, ya pronto podre relajarme, solo les pido que me comprendan- les pidió y ellos se resignaron.
—Hola a todos-saludo Arturo entrando con la cara adormilada.
—Tu sino tienes vergüenza. ¿Mira qué hora es esta de despertarte? - lo regaño su madre.

La joven sonrió, ¿hace cuánto tiempo no había estado conviviendo de esa forma con su familia?

—Si mamá, pero Victoria también lo hizo...
—Ella tiene excusa, ¿y tú? No haces nada en todo el día... mira que te pedí que fueras por el pan ayer, y hoy tenemos que desayunar sin nada...- comenzó a reprenderlo nuevamente, y la joven se levantó con su taza de café a contemplar el paisaje.

—¡Ohayogozaimasu, Teresa-chan!- saludo un pequeño vecino que jugaba con su pelota en el callejo.
—Ohayo- respondió la chica agitando la mano.

Después levanto la vista y se apoyó sobre el marco de la puerta que daba hacia la calle; vivían en una pequeña privada de casitas de piedra, las cuales daban directamente al mar de Japón

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Después levanto la vista y se apoyó sobre el marco de la puerta que daba hacia la calle; vivían en una pequeña privada de casitas de piedra, las cuales daban directamente al mar de Japón.

El pueblito donde vivían era un pintoresco lugar con apenas cuatro mil habitantes, los cuales la mayoría se dedicaban a la pesca y la agricultura.
Los barrios estaban tan alejados entre sí, que para ir por la compra tenían que caminar al menos 2 kms (motivo por el que su hermano había sentido pereza de ir por el encargo de su madre). Por esa misma razón, las personas que vivían en la misma zona se volvían cercanos rápidamente, cosa que había ocurrido con ella y sus pequeños vecinos, los cuales no rebasaban los 10 años, pero se sentían muy curiosos por la familia extranjera que había llegado a vivir en su barrio hace once meses.

—Pero alguien va a tener que ir...- seguía tratando de obligar la madre de Victoria a su hermano para que fuera por la compra.
—Yo iré mamá, no te preocupes- aseguro la joven tomando de nuevo su lugar en la mesa y comiendo de su omelette.
—Pero hija, tú tienes cosas que hacer y este flojo no- Arturo miro a su progenitora con los ojos entrecerrados.
—Está bien. Me gustaría despejarme un poco, me servirá para ser más productiva- le aseguro continuando con su desayuno.












Eran las cuatro de la tarde cuando la pelinegra salió de su casa a la tienda más cercana de comestibles; su padre había insistido en acompañarla, pero Victoria le aseguro que le haría bien dar un paseo sola.
Aquel pequeño pueblo en Dogojima era un lugar sumamente tranquilo y seguro, por lo que el hombre acepto que la joven fuera sin compañía hasta su destino.

El mayordomo y la princesa de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora