Capítulo 32. Cambios

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—Lo siento Victoria, creo que olvide tu bolso en la habitación- se disculpó su asistente cuando llegaron a la zona de los autos.
—Está bien, ve por el. Te espero en la camioneta -le respondió.
El pelinegro hizo como ella dijo, y se dirigió hacia el interior de la casa de regreso.

Mientras tanto, la CEO continuo su camino hacia la Suburban, recordando lo que había sucedido en Nueva York solo el día anterior; ¿Por qué no quito su mano cuando Franco la sostuvo?, ¿Por qué se ruborizo cuando entrelazo sus dedos con los de ella?, y más importante: ¿Por qué no le molestaba?
Cada que pensaba en lo cariñosos que habían estado el sábado por la tarde, y la forma en que se comportaron al día siguiente en la pastelería, no podía evitar avergonzarse.

Incluso la noche anterior, después de tener sexo, se habían quedado dormidos y abrazados hasta el amanecer. Franco no dejaba de hacerle mimos y a ella no le molestaba
—Ah... demonios, ¿Qué me está pensando? - dijo en voz baja para sí misma.
—Buenos días, señorita Victoria- saludo Stevenson acercándose al auto y abriéndole la puerta.
Sin embargo, y para su sorpresa, había un hermoso y ostentoso ramo de rosas sobre su asiento.

Sin embargo, y para su sorpresa, había un hermoso y ostentoso ramo de rosas sobre su asiento

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"Franco", pensó sin evitar esbozar una sonrisa.

No dijo nada y se metió en el vehículo, sosteniendo el ramo de rosas en su regazo.
Una vez que el guardaespaldas cerró la puerta, ella aprovecho y cedió ante la tentación de aspirar el aroma de las flores.
Se decía que estaba mal, que solo estaba haciéndole daño y dándole falsas ilusiones... pero sería una mentirosa si dijera que no le gusto aquel gesto.
—Listo, ya tengo tu bolso- anuncio Franco entrando en la Suburban.

La joven se sintió pillada por él, y dejo de oler el ramo de rosas.

—Stevenson, vámonos- le indicó al escolta como si no estuviera pasando nada.
—Claro que sí, señor Franco- le respondió y el pelinegro cerro la ventanita que los comunicaba.

Por un momento no se dijeron nada, Victoria se mantenía desviando su mirada sin dejar de abrazar su obsequio, mientras su asistente no emitía ningún comentario al respecto.
—Me alegro de que te gustaran- dijo finalmente y tomo a la joven de la mano.

—Me alegro de que te gustaran- dijo finalmente y tomo a la joven de la mano

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El mayordomo y la princesa de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora