Capítulo 8. ¿Normalidad?

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Pasaron unos minutos en silencio.

Su relación era completamente profesional, así que no había necesidad hablar después de consumado el acto.

Todo estaba oscuro y solo se percibía en el ambiente un ligero calor junto a sus perfumes mezclados y el único sonido que se escuchaba era el de sus respiraciones, que cada vez se hacían más silenciosas.

—Señorita, ¿desea algo más? -pregunto Franco al darse cuenta de que la respiración de Victoria se hacía cada vez más lenta y callada.

—No. Eso es todo... -respondió la chica con voz adormilada.

El moreno se levantó desnudo, puso la ropa de la chica en un sofá cercano y tomo la suya del piso. Se vistió solamente con el pantalón y miro la hora.

<<1:40 am>>.

No sería necesario ponerse la camisa y los zapatos. A esa hora no debía haber nadie en el interior de la casa.

—En ese caso: que descanse, Señorita Victoria. Nos vemos por la mañana -se despidió.

—Si...mañana -balbuceo la chica y después se giró de lado para dormir.

El pelinegro salió de la habitación y cada uno paso lo que resto de la noche en su habitación.





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Victoria abrió los ojos y se sintió con más energía de la que hace mucho tiempo había tenido. Se giró a mirar la mesita de noche que tenía al lado: su despertador marcaba las 7: 00 am.

Rayos.

No había bajado a su sesión de entrenamiento con el instructor.

Bah.

Lo llamaría después para disculparse.

La pelinegra se estiro y cerró los ojos. De inmediato le llegaron los recuerdos de la noche anterior; Franco quitándose la ropa, besando sus labios... devorándolos, bajando a sus pechos y cuello, de frente a ella con su miembro bien duro, introduciéndolo dentro de ella...

Había sido deliciosa aquella noche juntos.

Realmente se alegraba de haberlo elegido.

Nunca se había acostado con alguien de esa manera. Aquel hombre era tan masculino, y apasionado. Si tuviera que decir en que era mejor, si en el trabajo como asistente o como amante... creía que sería un empate.

Suspiro.

Pero eso había sido ayer, hoy era un nuevo día y tenía mucho trabajo por delante.

Sin embargo, apenas bajo sus pies y se apoyó en sus piernas, las noto muy cansadas. Parecía que la sesión con Franco había sido más exhaustiva de lo que había imaginado. Así que se tomó su tiempo para llegar hasta la ducha: abrió el agua caliente y se comenzó a bañar.

Al terminar, fue puso una bata y comenzó a ponerse sus tratamientos para la piel. Sin embargo, le llamo la atención una marca oscura que se asomaba por su escote. Bajo la bata un poco más y se encontró con sus pechos llenos de chupetones y pequeñas marcas de dientes.

No pudo evitar sonreír.

Ese hijo de puta había tenido cuidado en divertirse solo donde no dejara marcas visibles por fuera de la ropa.

La pelinegra tomo aire y se acomodó la bata.

Después tomo la ropa que su estilista le dejo sobre la cama y se vistió. Era un alivio, la mujer había elegido un vestido entallado con no mucho escote hasta la rodilla. Con eso se cubriría justo el alboroto que su asistente había hecho en su piel.

El mayordomo y la princesa de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora