Capítulo 6

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Mientras algunos invitados siguen carcajeándose por mi error, otros me dan una palmadita en la espalda dando por hecho que me escapé de un loquero y que estoy inventando calumnias. Y si bien es cierto que estoy mintiendo, exageran suponiendo que soy un loco. A cualquiera le puede pasar que se invente un embarazo ¿no?

Como si no me hubiesen humillado lo suficiente, la madre de la novia me limpia la sangre de la cara y me pone una tirita en la barbilla. Luego me da un chocolate para que coma y me quede callado. Me lleva hasta el primer banco y se sienta a mi lado esperando que la ceremonia vuelva a empezar.

Los invitados vuelven a sus asientos, los novios a sus posiciones y el cura inicia nuevamente su discurso no sin antes darme una mirada severa por mi pequeña intervención.

Reniego abriendo el envoltorio de mi chocolate porque a la comida gratis no hay que negarse. Lo muerdo mientras busco otra forma para evitar que Enrique diga el "Sí, acepto" al que tanto le teme, porque si hay algo que me enorgullece es ser perseverante, si yo doy mi palabra de que algo va a suceder, sucederá, aunque tenga que mover cielo y tierra para lograrlo.

En la sala solo se escuchan las palabras del sacerdote y una que otra tos proveniente de las filas traseras, lo que me da una gran idea. Si finjo una emergencia médica tendrán que detener todo y llamar una ambulancia, lo que le dará a Enrique el tiempo suficiente para huir.

Le dirijo a mi cuerpo órdenes claras: zapatear como si estuviese pisando hormigas, temblar como si tuviese mucho frío y hacer sonidos incomprensibles para llamar la atención.

Cuando estoy seguro de que todas las miradas están puestas en mí me tiro al piso y finjo estar convulsionando.

Los gritos no tardan en acudir y por el rabillo del ojo veo como las personas se aglomeran en mi dirección. Intentan organizarse para ayudarme pero ninguno se atreve a tocarme, entre todas las voces escucho al novio llamando una ambulancia. ¿Qué se supone que hace? ¡Debe aprovechar para huir!

Intento darle una señal para que sepa que este es su momento, pero el tipo me da la espalda, y yo no hago más que seguir con mi "convulsión". El cuerpo me pide un descanso, estoy haciendo más ejercicio ahora que el que hice en toda mi vida.

Poco a poco me voy deteniendo y escucho un suspiro de alivio de parte de mis admiradores. El sacerdote murmura una plegaria de agradecimiento y algunos fieles copian su ejemplo.

Me incorporo poco a poco y me doy cuenta que quizás mi decisión no fue la más acertada, cuando siento la mirada de un grupito de niños que están llorando y observándome con miedo. Les sonrió intentado que se sientan mejor pero corren alejándose de mí como si fuera a hacerles daño.

El camarógrafo aun sosteniendo su cámara, con la cual no perdió detalle, me ayuda a sentarme en un banco a esperar a la ambulancia.

Los minutos pasan y la audiencia se va dispersando, muchos optan por volver a sus casas al entender que la boda no iba a tener lugar. A unos pocos pasos la futura pareja está discutiendo y el motivo de la pelea soy yo. Se echan la culpa mutuamente de haberme invitado, la novia cree que soy un amigo de su prometido, y el novio asegura que no me conoce.

La mujer da la lucha por perdida y se sienta a mi lado, colocando suavemente su mano en mi rodilla. Sus ojos conectan con los míos y la escucho consultar preocupada:

— ¿Te encuentras mejor?

Asiento porque sé que no podré articular ninguna frase coherente ante semejante belleza.

— No me creerás, pero de alguna extraña manera me acabas de salvar —susurra para que nadie más que yo la escuche.

Pretendo preguntarle qué significa eso pero a lo lejos escucho la sirena de la ambulancia.

Al cabo de unos minutos, los camilleros me suben al vehículo y toman mis signos vitales. Sé que estoy en problemas cuando se miran entre ellos con confusión.

Y como si eso fuera poco, recibo una llamada a la que no dudo en atender cuando leo en la pantalla el nombre de mi socio.

— ¡¿A dónde mierda se metieron?! —le reclamo.

— No sé cómo decirte esto, ¿pero viste que vos siempre te quejas de que mi letra es ilegible? —empieza.

— ¿Y eso que tiene que ver?

— Tiene que ver y mucho. Yo tampoco soy capaz de comprenderla. Supuse que escribí que el evento tendría lugar en la calle 96 cuando en realidad la dirección correcta era la calle 69 —ríe nerviosamente.

— ¿Y entonces? —lo animo a continuar porque no entiendo dónde quiere llegar.

— Que le di la ubicación equivocada al taxista y nos llevó a cualquier lado. Vos te bajaste del vehículo y nosotros al cabo de unos minutos, estacionamos y seguimos tus pasos. A una cuadra de llegar, nos llamó Enrique preocupado por nuestro retraso. No había tiempo de avisarte, así que corrimos al auto y nos dirigimos a la dirección correcta. Te envié varios mensajes, ¿acaso no los leíste?

De un momento a otro, deje de escucharlo cuando caí en cuenta de que irrumpí en el casamiento equivocado. Mis latidos se aceleraron y menos mal que ya estaba en una ambulancia porque empecé a hiperventilar.

— Pudieron llegar a tiempo, ¿no? —le consulte ignorando su pregunta anterior.

— Bueno, con respecto a eso, llegamos justo para ver como los recién casados salían de la boda y los invitados les lanzaban arroz felizmente. Definitivamente no, no llegamos a horario —susurra con miedo a mi respuesta.

Empecé a jadear y casi como en un sueño, escuché a los camilleros pedirle al conductor que acelerara porque necesitaba atención urgente.

Holiiis mis pequeños animadores, ¿les está gustando la historia? ¿Se esperaban que Simón se confundiera de boda e interrumpiera la incorrecta?

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Holiiis mis pequeños animadores, ¿les está gustando la historia? ¿Se esperaban que Simón se confundiera de boda e interrumpiera la incorrecta?

¿Qué creen que pasará ahora? Solo les adelanto que se avecinan problemas *inserte carita misteriosa*

Los voy a estar esperando en el capítulo 7. ¿Cuento contigo? 

El animador de fiestas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora