Capítulo 8

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— ¿En serio tenías que convulsionar? —me reclamo nuevamente Thiago mientras esperábamos el colectivo.

— Fingir un desmayo no era muy dramático y además era muy cliché.

Hace unos minutos salimos del hospital y ahora nos dirigíamos los tres a nuestras respectivas casas. Yo había dormido poco y nada porque no estaba habituado a esa cama y a los ruidos de hospital que me despertaban cada dos por tres.

Cuando me dieron el alta para salir, no esperaba encontrarme a Thiago y a Lola esperándome juntos. Ambos llevaban la misma ropa que el día anterior por lo cual estimo que no volvieron a sus hogares. Y no me quiero ni imaginar porque ambos estaban tan sonrientes y despeinados cuando los vi en la mañana.

El colectivo llegó y fue subir nada más para que todos se me quedasen viendo. Mire mi vestimenta intentando buscar un motivo por el cual estuviese recibiendo tantas miradas pero no tenía nada extraño, le reste importancia y caminé hasta el fondo seguido de mis dos acompañantes. Vi un asiento libre y me senté cómodamente. Al cabo de unos instantes, una niña se sentó a mi lado y empezó a jugar nerviosamente con sus manos mientras me miraba de reojo. Efectivamente la gente está cada vez más loca.

No habíamos hecho ni cinco minutos de trayecto cuando la chica volteo a verme y me dijo tímidamente:

— ¿Me puedo sacar una foto con vos?

¿Eh? ¿Acaso querrá mostrarle a Papa Noel lo que quiere para Navidad?

Sin entender muy bien sus intenciones, asentí y vi como la niña sacaba su celular para tomarnos una foto, seguí con la mirada lo que hacía en su teléfono y vi que compartía la foto en su Instagram. Eso sí que era extraño.

— ¿Por qué compartes la foto? —le pregunte frunciendo el ceño.

— Eres el hombre del momento, todos quieren sacarse una foto contigo —explica sencillamente.

¡No hay dudas, las nuevas generaciones vienen cada vez peor!

Me guardo mi comentario olvidándome de lo sucedido y saco mi celular agradecido con la enfermera que esta mañana me presto un cargador. Coloco mis auriculares y me dispongo a escuchar buena música.

Me puse a tararear la letra de la canción sin darme cuenta y escuche como la niña me seguía la letra, la mire de reojo pero ninguno de los dos se detuvo y juntos terminamos el tema. No fue necesario decir nada más.

Algunos temas más tarde, me levante porque había llegado a destino. Cuando pasé por su lado se despidió entre risas:

— Por cierto si tu bebé es niña puedes ponerle mi nombre, Mora.

Descendí del vehículo sin entender sus palabras y salude a mi amigo quien debía continuar viaje unas cuadras más, mi hermana por su parte, ya había bajado hace algunos minutos para ir a su casa.

Estaba poniendo la llave para abrir mi puerta cuando se me acercó el casero. Rogué porque no me pregunté por el dinero que le debo porque estoy sin un peso y no creo cobrar el trabajo del día de ayer.

— Simón, me enteré que estuviste es el hospital ¿qué pasó? —dice sorprendiéndome por su preocupación.

— Nada muy grave —respondo abriendo la puerta de mi apartamento.

— Creo que deberías adelgazar, no das muy bien en cámara.

Y sí, al fin volvió el casero desagradable al que estoy acostumbrado.

— ¡Por fin asumís que te gusta espiarme! ¿Dónde la instalaste? ¿En el baño para ver cómo me ducho, o en la habitación para vigilar mi sueño?

El animador de fiestas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora