Capítulo 2: Huérfana

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Ya pasado un tiempo la niña pirata creció y se crió con el nombre de Antonia, aún siendo refugiada por la misma iglesia que le había abierto las puertas cuando era una bebé. Ella no sabía nada de su pasado y tampoco era que le interesara, ya que siempre escuchó la monótona historia de haber sido encontrada en las calles abandonadas de Andorra. Ahora era huérfana y el pasado no se podía cambiar.

Antonia cumplía hoy 20 años de haber sido encontrada y no pedía nada más que poder pasar el día con su salvador, el aún vivo Natanael y con él que mantenía una relación amigable como si se tratase de su abuelo. Es por eso que Antonia salió disparada de su cuarto con aquel vestido ajustado que le pidieron las hermanas usar en un día tan importante. Bajó las escaleras directo a la puerta, y hubiese llegado de no haber sido por la emboscada que le formó Nilda, aquella monja que le abrió los brazos al convento.

-¿Ya te vas Antonia?- le preguntó, viéndo su hermoso cabello rubio ondulado recogido en el lazo de flores que adornaba su cabeza.

-He hecho los deberes del día hermana Nilda, y como hoy es mi cumpleaños pedí como regalo pasar un día entero con el anciano Natanael. ¿Es que ya no me darán esa oportunidad?- puso su cara mas tierna.

-Lo sé Antonia , fui yo quien te concedió ese permiso- dijo con toda la calma del mundo y Antonia se sintió triunfante hasta que -Pero antes debes pasar una hora con tu prometido como me prometiste ayer- y así era, Antonia ya estaba comprometida con el joven más codiciado y rico del pueblo: Luciano de Zoraya. Este compromiso ni siquiera existiría si dependía de ella pero tuvo dos opciones para su futuro: o ser parte de la iglesia como monja o ser comprometida con algún chico noble.

Obviamente tomo la decisión que más le favorecía aunque esta no fuera de su agrado. Pero no tenía tantos problemas al respecto ya que Luciano no era una mala persona y pasaban muy buenos tiempos juntos, aunque ella prefería más su libertad y ayudar como siempre a Natanael en su taller de herrería.
Antonia aceptó berrinchuda su promesa y siguió a la hermana donde se encontraba el joven Luciano, con un bello ramo de rosas a la mano y una sonrisa que combinaba con su cabello rubio y llamativos ojos azules.

-Las hermosas flores del jardín de mi casona para la prometida más bella que existe- le dijo con respeto, entregando en sus manos el exagerado obsequio y dando dos besos en cada lado de sus mejillas. La hermana Nilda se retiró satisfecha.

-Gracias Luciano, son muy hermosas- las miro más de cerca -Iguales a las que me trajiste la semana pasada- se dijo a si misma recordando lo muy repetitivo que era con estas formalidades durante el romance. Él la miró preocupado.

-No te oyes muy feliz en el día de tu cumpleaños señorita Antonio- ella sonrió enseguida al caballero demostrando que se equivocaba, ella solo estaba apurada por salir de este lugar para ayudar a su abuelo -¿ Caminamos un poco entonces por este bello jardín?- le ofreció su brazo y ella lo tomó sin mucho agarre. Durante el paseo Luciano continuó la conversación solo, sin ninguna palabra de la joven Antonia -Hace dos años que nos comprometimos y me parece que hubiera sido ayer mismo cuándo me arrodillé ante ti pidiendo tu mano ¿no te trae eso buenos recuerdos amada mía?.

-Claro que sí amado mío, también parece que fue ayer- le dijo, sabiendo que solo aceptó el compromiso porque él era el más educado de todos los jóvenes que se le habían confesado y además el más apuesto. Ambos caminaron hasta la fuente que jamás se secaba y adornaba con su belleza los alrededores. Antonia se sentó allí, en uno de los bordes mientras Luciano permanecía de pie, el hermoso joven de 24 años.

-No sabes la felicidad que me da saber que dentro de pocos meses pasarás a ser mi mujer, serás Antonia de Zoraya- le dijo aquél chico con el que solía jugar hace ya tantos años. Y hasta parecería raro pero Luciano era el mejor amigo de Antonia cuando eran niño. Este tal vez fue uno de los motivos por el que Antonia aceptó, si tenía que pasar toda su vida con alguien, entonces no había nadie mejor que aquel niño de antes que secaba sus lágrimas cuando caía al suelo por correr detrás de él.

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