Capítulo 3: Arrepentimiento

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Antonia comenzaba a sentirse desesperada en su habitación. Unas criadas enviadas por su prometido Luciano habían traído el vestido de boda, ese que ahora reposaba descaradamente sobre su cama con aquellos lazos de seda y los encajes de hilo hechos por las mejores costureras de Andorra. El velo, que era extremadamente largo y abultado se extendía desde su perchero hasta uno de los asientos del cuarto. Los zapatos blancos de tacón también se lucían desde su cómoda.

—¿Todo esto es necesario?— preguntó ella a una de las mucamas.

—Son órdenes de su prometido señorita Antonia—  respondió mientras comenzaba a colocar sobre su cuerpo la tela fina del vestido de boda. La novia comenzaba a entrar en pánico, jamás imaginó que el niño que le leía los cuentos de los libros mas caros se convertiría en su marido. Jamás pensó que dentro de 3 días fuera la boda y que aún estuviese aterrada después de meses de compromiso y atenciones.

Se miró entonces al enorme espejo del cuarto, luciendo el vestido, los zapatos y el velo. Los tres riéndose en su propia cara. Ella jamás se imaginó así, ella jamás quiso ser novia y mucho menos casarse. Finalmente la tortura terminó y las mucamas retiraron de su cuarto todos los pendientes para la boda. Ahora tenía que hacer algo más, enfrentar la segunda tortura del día. Tenía que ir a visitar por obligación a Luciano y al padre de este, el capitán Fermín de Zoraya, su futuro suegro.

Bajándose del carruaje observó con recelo a la casona, viendo como las puertas se abrieron de par en par para ella. El mayordomo la guió hasta el gran salón de hermosos lujos, en donde la recibió con los brazos abiertos su novio.

—Antonio, que alegría ver que aceptaste mi invitación ¿como te encuentras hoy en esta bella mañana?— preguntó el chico vestido con informalidad, con su camisa blanca, pantalones oscuros y chaleco gris.

—Estoy muy bien Luciano, gracias por la invitación— asintió este hará finalmente decidirse a tomarla del brazo

—Disculpa el atuendo, estaba practicando esgrima y olvide por completo el encuentro. Ven, acompañame, mi padre nos espera en el salón de invitados— le indicó el camino y la guió por el salón, tomándola esta vez de la mano, esa en donde se traía el anillo de compromiso que él le había dado justamente ayer. Era de fina plata con un incrustado de diamantes que brillaban más que las estrellas. Y ella hubiese tenido ese anillo desde el primer día, pero hizo prometer a Luciano que se lo daría solo días antes de la boda. Él por supuesto cumplió con su palabra.

Ahora estaban llegando al salón más grande de la casa, lleno de muebles traídos desde el extranjero y un gran piano de cola en color negro que ocupaba su lugar sobre la plataforma del suelo. El padre de Luciano: Fermín de Zoraya, fumaba tranquilamente en uno de los asientos mientras leía un libro en su mano izquierda. Ese hombre con canas en el cabello iba a ser su futuro suegro y esta gran mansión iba a ser su futura casa.

—Padre, mire quien a venido a visitarnos— le dijo Luciano logrando que Fermín levantará la vista hacia los novios.

—Pero si es Antonia. ¡Que bueno verte hoy señorita!. Venga, toma asiento, que no te de pena— ella lo saludo con besos en la mejilla y se sentó junto a su novio en el gran sofá.

—¿Cómo a estado usted señor Zoraya ?— preguntó educadamente como le habían enseñado las monjas.

—Primero, no me hables de usted, llámame Fermín ya que después de todo seremos familia— los tres rieron al respecto —¿Y sobre cómo e estado? Pues ya sabes, ocupado. El trabajo que tengo no es nada fácil en especial cuando esas ratas aún navegan en nuestros mares— escupió las palabras refiriéndose a su trabajo como capitán de “La Armada contra piratería” la gran guerrilla contra los mismos hombres que ella admiraba por su libertad a pesar de saber cuál era el precio de esa grandeza: ser asesinos y saqueadores por excelencia.

El señor de Zoraya no encontraba nada más fascinante que poder cazar a los piratas, torturarlos y matarlos como un día le hicieron a su difunta esposa. Este era ese el motivo por el cual Luciano quería seguir los pasos de su viejo padre. Vengar la muerte de la señora Zoraya era ley en esta familia.

—Imagino su poco tiempo Fermín— opinó Antonia, sin mucho que decir la verdad.

—Si, pero siempre tengo tiempo para mi hijo y su bella futura esposa— la visita continuó con la hora del té y más charla sobre política y trabajo. Antonia terminó por aburrirse hasta que su oportunidad de marcharse llegó. Se despidió con excesivo entusiasmo pero ocultando ese dolor que sentía en su pecho, aquello que ella quería sacar y gritar a los cuatro vientos. Entonces se le ocurrió la idea de aprovechar el carruaje y dirigirse a la casa de Natanael para quitarse las preocupaciones de la cabeza.

—¿Te encuentras bien Antonia?— preguntó el anciano al verla, al ver esa carita tan triste y tan poco común en las facciones de la chica. Entonces ella soltó el llanto que había estado guardado y se lanzó a los brazos del hombre para secar las lágrimas en su ropa de trabajo —¡¿Qué sucede Antonia?! ¿¡Alguien te ha hecho daño ?!— rápidamente el lado paternal de Natanael se activó, listo para pedir explicaciones a la persona que había puesto así a su protegida.

—Nadie me ha hecho daño Natanael. Mi llanto se debe a que dentro de tres días seré una mujer casada y ya no podré venir a verte a escuchar las historias de piratas...porque un Zoraya debe odiar a los piratas y yo no quiero odiar a esos que tienen la suerte de ser libres y tampoco quiero alejarme de ti, abuelo— el anciano la pegó mucho más a su pecho y apretó el agarre a ver si así conseguía que la joven dejara de llorar.

—Calma Antonia, no llores, no llores. Claro que me podrás ver, claro que no odiaras a los piratas. Serás una esposa y no una prisionera— dijo con sabiduría, logrando que las lágrimas cesaran —No sabía que este compromiso te hiciera sufrir ¿acaso no quieres al señor Luciano de Zoraya?— ella pasó la manga de su vestido por su rostro, secando las lágrimas que quedaban en su rostro.

— Yo quiero al señor Luciano pero no lo amo. No puedo ver como novio a la persona que a sido mi amigo por tanto tiempo. Pero no tengo elección sobre este compromiso, era esto o tendría que privarme de mi libertad para siempre en la iglesia. No me mal entiendas, yo soy fiel al señor pero quiero ser fiel a mi manera. Lo que de verdad quiero es ser libre por el mundo, como un verdadero pirata.

—¿Y matarías y saquearías?— preguntó dudoso, nada acostumbrado a esos pensamientos por parte de ella. ¿Tanto efecto hacían sus raíces?

—Es un precio bastante alto pero no creo que sea obligado pagarlo. Yo puedo hacer lo que quiera como pirata, aunque sea algo diferente y no mate ni saqueé— ese era un pensamiento muy raro respecto a la piratería. Natanael solo pudo callar un momento y sentirse conmovido por la inocencia de la chica.

—Tienes un corazón muy noble Antonia— ella volvió a romper en llanto sobre su regazo, mientras el terminaba de acariciarle el cabello.

—Por favor Natanael, usted será lo único que me quede cuando me case. Prometame que jamás me dejará y que me seguirá contando historias— el anciano no dijo nada. Antonia lo había puesto en una situación tan difícil, ahora, después de haber recibido aquella carta en donde se había escrito su futuro.

—Pequeña— no prometió nada —Eres tan dulce y amable. Te e visto crecer y madurar y aún sigo pensando que fue justamente ayer cuando te encontré en aquella canasta cerca de...mi casa, en las calles abandonada. Respondeme ¿te quieres casar?— una idea loca pasó por la cabeza de Natanael aunque sabía que le costaría la vida.

—No quiero, no quiero, estoy arrepentida de haber aceptado este compromiso— la abrazó cuando ella volvió a llorar .

—Oh Antonia, si tan solo pudiera, pero no puedo. Las leyes son leyes y yo como la persona que soy no las puedo romper— su comentario la dejó confundida pero no quiso preguntar al respecto. Y aún cuando quiso preguntar sobre aquellas palabras fue interrumpida nuevamente por las campanas de la torre más alta de Andorra. Era hora de volver a casa.

Natanael se quedó solo en su taller, arrepintiéndose de su loca idea porque no era una buena idea. Ya las decisiones estaban tomadas y Antonia, aunque significaba mucho para él, no era parte del plan. Solo que siempre tendría una gran deuda con ella, y pasara lo que pasara descubriría quienes eran sus padres y que representaba el medallón en la familia pirata. Algún día él le devolvería el colgante y le rebelaría el secreto que lo a acompañado desde que la conoció.

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