La ocasión hace al ladrón

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Puedo ver los titulares del día de mañana "Animanos arrasan colonia bienestar" "Terror en el sur, militares desmantelan operativo terrorista" "Abuso de las fuerzas militares animanas, asalto armado a ciudadanos" Conociendo quienes son los dueños de los periódicos me es difícil esperar un apoyo de parte de la opinión pública y lo peor de todo esto es que el día todavía no acaba, Samuel me informo que nuestra reunión con algunos representantes de las culturas indígenas del Sur de Chile se efectuaría en el pueblo de Nahueltoro.

— Que lugar más particular para hacer una reunión —comenta Samuel para interrumpir el silencio del viaje.

— ¿Lo dices por el chacal de Nahueltoro?

— Exacto, el hombre que asesino a su esposa y los seis hijos de esta.

— Al menos fue arrestado y ejecutado —me recojo de hombros.

— Ejecutado después de formarlo ¿Por qué brindarle educación, darle a conocer la existencia de Dios y los pecados que ha cometido delante de él?

— Tenía que saber que su ejecución era un acto de justicia.

— ¿En serio? —mi respuesta le ofende— ¿Gastar recursos de los impuestos para hacerle saber a un asesino que mato?

— ¿Preferirías que lo liberaran? No sabía que apoyabas al sacerdote Eloy Parra.

— Claro que no, con todo el respeto hacia el padre Eloy Parra —se persigna para mostrar su respeto al credo católico— la piedad no le roba a la justicia y por mucho que ese asesino se arrepintiera al final, esas siete vidas no volverán a la vida, el Chacal recibió lo que merecía.

Curiosamente por primera vez estamos del todo de acuerdo en un asunto, aunque discrepamos en la manera que se manejó su sentencia.

Miguel nuevamente me hace una pregunta— ¿Y qué piensas que tendremos que hacer con los simpatizantes del gobierno anterior?

— ¿Por qué tengo la sensación de que esta conversación va de la mano con el Chacal?

— Matamos al Chacal a pesar de que no sabía que era lo correcto, bajo su mirada todo lo que hizo estaba bien ¿No son nuestros opositores peores que ese hombre?

— No podemos ejecutar a toda la oposición.

— Claro que podemos —me contesta convencido— le dimos la pena de muerte a un granjero que no actuó creyendo que hacia lo correcto ¿Por qué no podemos hacerle lo mismo a quienes mataron conscientes de lo que hacían?

— No puedes comparar el homicidio con el partidismo político.

— Son cómplices —insiste Samuel— guardar silencio de un crimen te convierte en eso.

— Sus vidas estaban en juego, tú también temerías hablar sabiendo que podrías morir.

— ¿Lo dices por experiencia propia?

— Esto no se trata de mí —no esperaba que sacara mi pasado al tema— se trata del futuro de miles de chilenos, la muerte no puede ser el sello de nuestro gobierno.

— Empiezo a creer que tú si liberarías al chacal.

— Nada de eso —está distorsionando el asunto— el chacal recibió lo que se merecía y murió sabiendo que era así, es justo saber por qué estás siendo ejecutado.

Samuel muestra una sonrisa malévola— Entonces le haremos saber a cada uno de ellos que morirán por toda la sangre que se derramó.

Puedo notar que estamos desacelerando en un lugar que me costaría llamar pueblo— No hemos terminado con esta conversación —le digo mientras me arreglo.

— Está lejos de acabar —me contesta mientras se baja.

Samuel me mira para que lo siga hacia una de las media aguas del lugar, el techo está hecho con zinc, la madera se ve húmeda, su pintura se nota desgastada, la reja del patio nos llega a la cintura, Samuel desplaza el alambre que evita que la pequeña puerta de esta se abra, al llegar a la entrada de la vivienda da tres fuertes golpes.

Un hombre de cabello canoso abre la puerta, lleva un poncho con los símbolos mapuches, con una expresión tosca nos invita a pasar, Samuel simplemente entra, yo le doy las gracias por recibirnos, al interior se encuentran cinco hombres más y tres mujeres, el living solo tiene sillas en un círculo, trato de mirar hacia las otras habitaciones mientras me siento y puedo notar que ninguna de ellas está amueblada, sin duda es una casa abandonada, estamos en un lugar tan alejado de todo que si Samuel fuese a liquidarlos nadie se enteraría de que paso aquí hasta después de mucho tiempo.

El mapuche que nos recibió dice algo que no consigo entender, ambos guardamos silencio ante su comentario, la mujer de unos 30 años según mis cálculos le contesta en el mismo idioma, pareciera que quien nos recibió dijo algo inapropiado porque se le ve molesta, una anciana con un cintillo de plata en la cabeza hace un gesto con su mano, si fuera lo que conozco sería una señal de que ignore el comentario, pero quien sabe que estarán hablando aquí.

Samuel les contesta en su idioma, todos centran sus miradas en él, aquello me inquieta, el mapuche que nos recibió le dice algo mientras se coloca de pie, a lo que Samuel le respondo con una sonrisa insolente mientras también se levanta, los otros integrantes del círculo se ven molestos, observan fijamente como esos dos se hablan, puedo ver que algunos se preparan para colocarse de pie, esto fue una pésima idea, trato de pensar que debería hacer en esta situación, pero el tiempo se me agota cuando Samuel lo empuja, todos se levantan antes de que pueda reaccionar y se lanzan en mi contra, Samuel es agarrado de sus ropas por el mapuche con que discute.

— ¡Estamos aquí para hablar! —grito mientras me empiezan a sujetar— ¡Estamos aquí para hablar!

Samuel sujeta al hombre por su poncho y comienza a manifestar su cuerno, siento como me obligan a inclinarme, aún puedo salvar la situación y se los permito.

— ¡Paz! ¡Unidad! ¡Amigos! —no tengo idea si ellos entenderán mi idioma, pero sé que mi tono de voz transmite el pánico que siento— ¡Amigos! —cierro mis ojos y miro al suelo frustrado por ser incapaz de manejar la situación.

Todo se torna silencioso ¿Qué paso? Las manos que me obligaban a inclinarme me sueltan, abro mis ojos y me encuentro con Samuel y el hombre con que discutía sentados uno al lado del otro con una sonrisa de oreja a oreja, no puedo creerlo.

— ¿Era una broma?

En cuanto digo eso todos se ponen a reír, me ayudan a levantarme y me invitan a sentarme, mi cara de confusión les hace más gracias.

— Debiste mirarte —dice Samuel entre risas.

— ¡Amigos! ¡Amigos! —repite la anciana— ni que fuéramos indios precolombinos.

Incluso la muchacha que se había molestado tiene una sonrisa— Perdónenos por la broma de mal gusto, pero usted sabe que la ocasión hace al ladrón.

No tengo idea que decir al respecto, mi corazón sigue acelerado por lo que acaba de suceder, me llevo la mano al pecho mientras los observo— Supongo que mañana podre reírme de esto.

— Por supuesto que si hombre —me dice el mapuche de pantalones rotos que esta a mi lado— una broma entre compatriotas fortalece el vínculo.

— Yo que pensaba que te extrañarías de escucharme hablar araucano —dice Samuel ya más mesurado— pero no te culpo, el conflicto distraería a cualquiera.

— Ahora que las bromas han terminado, hablemos de la razón por la que estamos aquí —dice la mujer mapuche que lleva un chal.

— Exacto —dice Samuel desde su puesto— les traigo una propuesta que les hará correr a unirse a nosotros.

Los Iustitia: El inicio de la divisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora