Prólogo

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ADVERTENCIA

Antes de leer, se recomienda haber leído Flowers (Anne x Gilbert), ya que esta historia viene a ser su secuela. Por lo cual, puedes ir a mi perfil y buscarla en mi lista de lectura 'MIS HISTORIAS TERMINADAS'. Sí ya la leíste, puedes proseguir con la lectura.

Anne.

Creo que una de mis peores cualidades debe de ser la indecisión. O sea, todos tenemos defectos más resaltados que otros, lo cual, es totalmente normal que suceda y a raíz de esto, debería buscar una forma de estar más preparada al momento de tomar una decisión.

Aun si la decisión era ver qué obsequio le daría a Gilbert en su último día en Avonlea antes de mudarse a Toronto.

—Soy un desastre.

—Sí que lo eres.— afirmó mi alma gemela, recostada en el marco de la puerta de mi habitación, su esbelta figurada estaba cruzada de brazos y viendo con asombro el desorden en el cuarto.

Al menos fue ella y no Marilla —a quien seguramente le habría dado un infarto al ver la catástrofe que había hecho—, la que entró a la pieza.

—Sé que te encanta demostrar lo mucho que amas a Gilbert con más de unos mil detalles que ni a mí, ni a Cole o Ruby has llegado a darnos.

Me reí por lo bajo al reconocer su tono de voz celoso que usaba en tan pocas ocasiones, entre ellas, cuando una rubia italiana le coqueteó a Jerry en el parque.

—Pero creo que esto ya es una exageración.— prosiguió ella, entrando al cuarto sin pisar nada de mis cosas, esparcidas por doquier.

Solté un suspiro cansino, aun sentada al estilo indio en mi cama, incliné mi cabeza hacia arriba, sonriendo al recibir un beso por parte de ella en mi frente.

—Hoy es el último día en que lo voy a ver.

Supe que logré suavizar su entrecejo fruncido cuando sus facciones me miraron con dulzura, sentándose frente a mí.

Dulzura que mi alma gemela mantenía exclusivamente para mí.

—Lo dices como si se fuese a mudar a Júpiter, Anne.— dijo, posando una de sus manos en mi mejilla izquierda.

Así lo sentía. Pese a que ya había investigado la distancia entre Avonlea y Toronto: 1686,1 km. No era nada si lo comparábamos con la distancia de la Tierra a Júpiter, sin embargo, esa ni siquiera sería la verdadera distancia si ingresaba a estudiar a Charlottetown.

Aun cuando mis aspiraciones estaban muchísimo más lejos en realidad.

Fuera de Canadá, para ser más precisa.

—Solo quiero que este día sea inolvidable.— susurré, dando pellizcos leves en mi muñeca.

Tendría que cubrirla con mis pulseras o si no, el futuro doctor volvería a regañarme por dejarme moretones tan notorios.

—Estoy segura que lo será.— afirmó la mayor de los Barry, sonriendo.— Y sin necesidad de que te compliques la vida con su regalo de despedida.

Ay, tan sabia como siempre.

Reina de las nieves, ¿no podrías darme un poco de su sabiduría a cambio de un poco de mi gran cantidad de romanticismo?

—Ahora, que te parece si organizamos todo este desastre y buscamos un buen obsequio, ¿de acuerdo?

Su propuesta hizo que mi desesperación anterior fuese detenida, para dar paso a un ambiente de serenidad y orden.

Diana me ayudó a poner todo en su sitio, guardando la ropa en el clóset, acomodando las cosas de mi escritorio y dejando mis libros en su lugar.

Colors[2] | Shirbert.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora