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Dublín, Irlanda.

Anne.

Siempre imaginé que la vida universitaria sería como un sueño, lleno de todas esas fantasías y escenarios asombrosos que nos muestran en las películas, en donde se empiezan a dar los primeros pasos de la vida adulta y todo es emoción por las nuevas experiencias.

¿Una ilusión muy tonta de mi parte? Puede ser, pero me gustaba creer que había una pequeña posibilidad de que podría ser cierto.

Si lo pensamos un poco mejor, en realidad, esa utopía de vida universitaria perfecta se vende de manera falsa al principio de las películas, pero después el/la protagonista se da cuenta de que todo es mentira.

La universidad no es el paraíso, es el infierno.

—Te noto muy cansada, ¿segura que no prefieres hablar mañana? Sabes que por mí no hay problema.— vociferó mi novio desde la pantalla de mi portátil.

Eran las once de la noche aquí en Dublín mientras allí en Toronto eran apenas las seis de la tarde.

En TCD la semana de exámenes había empezado antes, razón por la cual, llevaba más de tres días sin dormir bien o sencillamente seguía de largo, al menos ayer y quizás hoy también. En un par de horas tenía que rendir un examen que definía más del setenta por ciento de la nota del último corte.

Pese a ello, me moría por hablar con Gilbert.

—No, no.— solté un bostezo, tratando de mantener los ojos abiertos.— Extrañaba ver tu carita.

Escuché una leve risa por su parte.— Ni siquiera me estás viendo, princesa Cordelia.

Me quité las gafas que él me había obsequiado hace como tres años, rascándome los parpados con el puño cerrado.

Cuando volví a colocármelas, pude ver como sus ojos me observaban con ternura.

—¿Qué?

—Luces muy besable cuando encoges así los ojos y arrugas la nariz.

De no ser porque me estaba muriendo de frío gracias a las bajas temperaturas del mes de noviembre, me habría quejado por hacerme enrojecer de tal manera.

—¿Insinúas que el resto del tiempo no luzco besable?

Él sonrió, coqueto.— Espera a que nos veamos en vacaciones y te haré ver lo besable que eres cada segundo del día.

Agradecía que mis compañeras de cuarto no se encontraban en aquel instante. A veces los audífonos lastiman de manera atroz a mis pobres oídos.

Escuchar al joven de rizos sin que nos interrumpieran por ser tan cursis era un milagro.

—Muy prontito nos veremos, Gil.

Antes de oír su contestación, un ruido sordo sonó en su lado de la videollamada, logrando que él se girara en su silla.

—¿Qué rompiste?— preguntó el pelinegro a uno de sus compañeros.

La voz de Ronald se escuchó a lo lejos.—¡Viejo, rompí el trofeo de Andrew! Va a matarme... lo bueno es que encontré el nuevo sitio donde esconde su yerba.

—Háblale a Minerva, ella sabrá como arreglarlo.

Segundos después, lo último que se escucha del mayor de los Stuart es el cierre de la puerta.

—Ahora sí, volviendo con mi guapa novia.— dijo Gilbert, acercándose un poco más a la cámara.— Por WhatsApp me dijiste que tenías algo que preguntarme.

Colors[2] | Shirbert.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora