Epílogo

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Gilbert.

Es sorprendente lo mucho que pueden cambiar las cosas, los lugares, las personas en solo un par de años. Cierras los ojos un día, y al siguiente que los abres, te encuentras en una situación que jamás creíste posible.

Piensas en lo mucho que has crecido, aprendido, pero, sobre todo vivido.

Esos sueños que veías tan lejanos cuando eras niño, ya no lo son más, porque, aunque sigas manteniendo tu alma de niño en el interior, ya has llegado a un punto en el que lograste cumplir ese sueño o estás cada vez más cerca.

Se siente bien estar aquí. Viviendo momentos como este.

—¡Connor, deja de molestar a Júpiter!— gritó Anne, tomando asiento a mi lado en el sofá familiar.— ¡Luego no te andes quejando porque te rasguña la cara!

Nuestro hijo de seis años hizo caso omiso a lo que le ordenó la ojiazul y continuó molestando al gato de pelaje ocre.

Anne rodó los ojos, acariciando a Neptuno, cuyo pelaje gris brillaba por la luz que se colaba en la ventana.

—¿Llamaste a Diana?— pregunté en su dirección, apenas el gato se libró de sus cuchicheos, dejando además mi taza de café con la descripción Mr. Potter en la mesita contigua.

Ella asintió, acomodándose mejor en mi pecho mientras la rodeó con mi brazo.

—Dijo que llegarían directo a la casa de Moody.

Hoy era uno de esos días en que todos dejábamos nuestras obligaciones a un lado. Tomando un descanso para reunirnos todos, junto a nuestras familias.

En esta ocasión, nos reuniremos para el cumpleaños de la pequeña Lisa, hija del matrimonio Spurgeon-Gillis.

—¿Ya empacaste el regalo?

—Sí.— respondió, jugando con mi cabello.— ¿Ya dejaste el coche de bebé en el auto?

Asentí, dejando un beso en su cuello que la hizo estremecer.— Ven aquí.

Cuando estuve por besarla, Connor volvió a entrar a la sala.

—¿Por qué siempre que vengo a buscarlos están besándose?— cuestionó el pequeño pelirrojo, tapándose la cara y haciendo ruidos de asco.

Con Anne volteamos a verlo, riéndonos.

—¿Ya debo curarte las heridas que te dejó el gato o qué rompiste ahora?

Connor miró a la mujer de mi vida con los mismos ojos tiernos que usa el gato con botas de la película Shrek.

—Es que...— nuestro primogénito empezó a jugar con sus manos, como siempre que está nervioso.— Quería pedirles ayuda con algo...

Cruzamos un par de miradas curiosas con Shirley. Luego nos separamos del abrazo, dejando un espacio en medio de ambos.

Le indiqué a mi hijo que tomara asiento. Al instante de hacerlo, Anne poso un beso en su cabeza.

—¿Qué sucede, campeón?— pregunté.

A pesar de solo tener seis años, Connor era demasiado independiente. Eran muy pocas las ocasiones en que quisiera nuestra ayuda o nos pidiera consejos.

Siempre nos decía que quería él mismo afrontar las aventuras que le depara el mundo.

Es por eso que teníamos que tener más protección en la casa de la habitual.

Él ya tenía más cicatrices que Anne y yo juntos.

—¿Si recuerdan cuando encontré las cartas que tú le escribías a mamá en secundaria y que ella te escribió en la universidad?— exclamó, tímido.

Colors[2] | Shirbert.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora