Blanco

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Gilbert.

A pesar de que me propuse dormir todo lo que no pude durante el semestre en las vacaciones de verano, no esperaba tomármelo tan literal como en las últimas semanas.

No salía de mi habitación más que para ducharme —cosa que no hacía todos los días porque, si al fin y al cabo no iba a salir de casa, ¿para qué molestarme?— y para comer algo, que tampoco era mucho, porque tenía el estómago cerrado.

Vamos a rebobinar un poco la situación.

Al instante en que Anne salió de mi hogar, me dispuse a seguirla. Cosa que no terminó muy bien porque casi me da una patada en la entrepierna.

Sabía que seguir a Anne Shirley cuando su temperamento está en modo infierno, nunca es un buen plan. La seguí por impulso, así como ella al irse de mi casa sin escuchar mi respuesta.

Los días posteriores a ello estuve yendo a su casa, día y noche, recibiendo más de cien portazos o disculpas de los Cuthbert, diciendo que estaba indispuesta u ocupada como para atenderme.

—Debes ser paciente, Gilbert.— repitió Winifred esa mañana, tal como llevaba haciéndolo desde hace quince días.—A Anne no le gustó que le ocultaras lo de La Sorbona, pero se dará cuenta de que no es para tanto y volverán a estar bien.

Minerva asintió, dándole la razón.— Ustedes son el uno para el otro. No pueden estar separados.

Teniendo en cuenta que jamás habíamos estado tanto tiempo sin hablarnos desde que volví de Alberta, esas palabras no me hicieron sentir mejor.

—¿En serio creen que esto va a funcionar?— pregunté, sentado encima de la isla que dividía la cocina del comedor.

A mis dos amigas se les ocurrió como plan salvar la relación más romántica e ideal, preparar los pastelitos favoritos de Anne para que deje de ignorarme.

—La frase 'El camino al corazón del hombre es a través de su estómago', está mal dicha, ya que aplica para cualquier ser humano en general.— expresó Min, batiendo la masa con fuerza.

—Y Anne no será la excepción.— apuntó Winnie, sacando la primera ronda de cupcakes.

—Ella jamás va a creer que yo cociné esto.

—Claro que no, estaría loca si lo cree.

—¿No estaba loca ya por fijarse en Blythe?— bromeó Winnie.

—Ja-ja-ja.— le jalé la oreja a la ojiazul cuando paso por al pie mío.

—El trasero de Moody es el que debería estar aquí.— opinó la castaña, vertiendo la mezcla en el molde.— Es un maldito genio en la cocina.

Me acerqué a ella, tratando de limpiar las partes de su cabello que se habían ensuciado de harina.— Cierto, porque esto tampoco es lo tuyo.

Ella rodó los ojos.— Ayuda a decorar los cupcakes más bien.— dijo, pasándome un bol lleno de moras azules.

Al otro lado de la mesa, la joven Rose decoraba con delicadeza los pastelitos, añadiendo la crema batida junto a las moras azules.

Un par de minutos después los cupcakes ya estaban listos y empacados en una pequeña caja color rosa pastel.

—Perfecto.— dijo Winnie, admirando su trabajo.

Cuando volteó a vernos, frunció el entrecejo al notar que con Minerva estábamos compitiendo por ver quién podía tener más moras azules en la boca.

¿Ggé?— balbuceo Min, con la boca llena.

—No hagan eso. Es asqueroso.

Mos nas comeggemos nuego.— traté de hablar, pero no aguanté más y terminé escupiendo las moras en el bol.

Colors[2] | Shirbert.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora