Rojo

453 53 143
                                    

Gilbert.

Creí que la primera vez que sentí como mis emociones chocaban una tras otra en un rango de microsegundos, fue cuando Anne y yo nos besamos por primera vez.

Claramente estaba equivocado.

Porque el verdadero instante en el que sentí un gigantesco choque eléctrico en cada parte de mi ser fue al ver como Anne me decía estar tan enamorada de mí como yo lo estoy de ella.

Pocas veces en la vida he querido detener el tiempo, pero con Anne lo anhelaba mucho más de lo que era posible.

Sonreí como un tonto después de que sus labios dejaran de estar sobre los míos.

Pude observar como su rostro cubierto de pecas estaba del mismo tono rojizo que su cabello, haciéndola lucir más adorable de lo normal.

Tal parece que su atrevimiento al besarme es reemplazado por un sonrojo y una mirada azulina expectante, que me examina con cuidado.

—Bueno... ¿hay algo más que quieras decirme?

Ella parpadeo, anonadada por mis palabras. Esto de dejar sin habla a Anne hablo hasta por los codos Shirley-Cuthbert, podría ser divertido.

Balbuceo, tras balbuceo, esto pudo ser como un déjà vu de lo sucedido cuando me besó sin previo aviso en la piscina hace un tiempo atrás.

Aunque esta vez se puso peor, pues sus incoherencias fueron desde autoproclamarse como una pirata a mencionar que en otra vida habría sido payaso de rodeo.

—Voy a mi práctica, ¿te gustaría acompañarme?

Mi interrupción parece causarle una rápida sensación de alivio, con la cual, solo se limita a asentir y seguirme el paso.

Durante todo el camino, vamos tomados de la mano, ninguno de los dos pronuncia palabra en el transcurso del recorrido hasta la escuela.

A pesar de que la parte más difícil ya había pasado —confesar y aceptar los sentimientos del otro—, no se llegó a tener una conversación formal sobre qué procedería en nuestra situación más adelante.

Cosa que hasta el momento no me inquietaba en lo más mínimo.

Es decir, ella me ama, yo la amo, creo que los dos sabemos lo que eso significa.

O al menos eso pensaba hasta que Anne demanda mi atención.

Nadé hacia ella, sentada en el borde de la piscina. Ya llevábamos más de cuarenta minutos en el coliseo, en el cual, no había nadie más a parte de nosotros, puesto que el entrenador estaba indispuesto luego de la paliza que le dieron sus veinte nietos.

Incliné mi cabeza sobre mis brazos colocados uno junto al otro en el borde de grava, observándola con interés.— ¿Todo en orden?

—Sí... o bueno, no del todo, es que yo...

Su futuro momento de balbucear incoherencias se detuvo en el instante en que tomé su mano para evitar que continuara pellizcándose su muñeca izquierda.

No era la primera ocasión —y quizás tampoco la última— en que ella realizaba tal acción. De seguro era su manera de mantener su nerviosismo a flote. Sin embargo, no me gustaba que lo hiciera.

—Ahora sí, ¿qué quieres decirme?

Sus fieros ojos azules se enfocan en los míos, poniendo a mi corazón en alerta máxima.

Es tan hermosa, tanto que con una sola mirada suya puede tenerme a sus pies si se lo propone.

—Es que, me estaba preguntando, luego de todo lo que dije y lo que tú dijiste...— hizo una pausa, como buscando la pregunta correcta para no arruinar todo.— ...¿qué somos?

Colors[2] | Shirbert.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora