3. El accidente parte II

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—Menos mal que nos avisasteis y no habéis llamado a una ambulancia, se habría desangrado en lo que llegaba.—dice una voz femenina.

—Menos mal que estábamos abajo también, nos llega a pillar fuera y no lo cuenta.—esta voz es masculina.

—Madre mía, llevo dos meses en urgencias y no había visto una hemorragia tan fuerte.—ya no sé quién dice esto.

Abro los ojos y me encuentro en mi cuarto, estoy atolondrada y me noto muy débil. Tengo la cabeza algo alzada por las almohadas y por eso veo a Elena, con los ojos hinchados y la cara muy pálida.

Ella me tiene agarrada una mano y alguien que no sé quién es me tiene cogida la otra.

—Mel, ¿cómo estás?—pregunta Len en un susurro. De repente yo soy el centro de la mirada de todos.

Abro la boca pero no digo nada más que un quejido, me siento muy impotente y se me cae una lágrima.

—Bueno, creo que aquí hemos terminado chicos.—dice la vecina.— Volveremos a ver como progresa.

—Hagamos turnos para vigilarla.—sugiere Ali.

—¿Puedo empezar yo?—pregunta la voz masculina de mi izquierda, la que me agarra la mano con fuerza.

Dicho esto, todos salen del cuarto. Antes de salir y de cerrar la puerta, Elena me da un beso en la mano.

Giro un poco la cabeza para ver quién es mi acompañante, sonrío. 

—Hola.—digo en un susurro.

—Hola.—responde Hugo también con una sonrisa.—¿Qué tal te encuentras?

—Me duele la cabeza un montón.—me llevo la mano a la frente, estoy sudando y me topo con una venda.

—Parece que tienes una diadema de estas de hacer gimnasia de los años 80.—se ríe.

—Debo de estar graciosa.

—Lo estás, pero me has dado un gran susto.—su sonrisa se desvanece.

—A ti y a todos. ¿Cómo es que andabas por aquí?

—Estaba abajo con mis amigos cuando Lucas llamó a la puerta.—se echa el pelo para atrás.—¿Vas a decirme qué te ha pasado?

—No.—le aparto la mirada.

—¿Por qué?

—Porque es simple, me caí y me golpeé la cabeza, no hay más.

—Te caíste.—repite él sin mucha convicción.

—Sí, me mareé.

—¿Te caíste o te mareaste?—me mira y sonríe burlón.

—Las dos, son lo mismo.

—No, una cosa no implica la otra.

—Eres desesperante.—suspiro y pongo los ojos en blanco.

—Algo parecido me dijiste la otra noche.

—Te dije que eras un capullo.

—Pues eso mismo, parecido.

En ese momento se inclina y me da un beso en la mejilla, y después uno en los labios.

—No respondiste mi mensaje.—dice cuando se incorpora.

—Mira, no me hables del mensaje.

—¿Por?

Me remango un poco el jersey, o eso intento. Cuando ve mis torpes esfuerzos me ayuda.

Al otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora