13. La sorpresa

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Me despierto cegada por la luz que entra por la ventana y me tapo los ojos, que aún se están acostumbrando a la claridad e intentando enfocar.

Miro al suelo y me doy cuenta de que la caja con el cuaderno no está y que el marco está perfectamente colgado en la pared. Me pongo en pie torpemente y cuando salgo al pasillo me detengo.

—La muerte de Enzo es bastante obvia, con ese corte...—escucho decir a papá—Pero la pobre Clara...Eso sí que ha sido extraño. Según el forense no murió ahogada, si no de otra forma...

Voy bajando las escaleras de forma silenciosa y llego a la puerta de la cocina justo cuando mamá pregunta:

—¿Qué forma?

—Encontraron agujas clavadas en su corazón y pulmones. Se desangró por dentro.

Cuando papá deja de hablar escucho el llanto de Elena, junto con una voz familiar femenina intentando calmarla con cariño y entre susurros.

Y otra voz familiar, esta vez masculina, exclama:

—¡Eso es horrible!

Cuando salgo de mi escondite y paso el umbral de la cocina mi mirada se para primero en mi padre, apoyado en la encimera, para luego posarse en cada una de las figuras sentadas a la mesa. Mamá en la cabecera, la abuela a su izquierda, Elena a su lado y está apoyada en...Alison.

Alison, Lucas y Hugo están sentados en la mesa de la cocina de la casa de mis padres.

Esta imagen me ha sentado como si me tiraran un jarrón de agua fría. Y lo notan porque retrocedo un paso. Hugo se levanta y, como si fuera la última persona a la que quisiera ver, salgo corriendo de nuevo a mi habitación escaleras arriba.

Una vez llego cierro la puerta y maldigo en voz alta barbaridades.

¡¿Qué coño hacen estos tres aquí?!

—Imbéciles...Están en un puto peligro, ¡¿es que no lo ven?!—grito aporreando el colchón con los puños.

Me vuelvo cuando siento la puerta cerrarse y dos brazos fuertes agarrarme en mi frenético ataque hacia la cama.

—Ehh...Tranquila, ya está—susurra Hugo en mi oído.

Su aliento, cálido contra mi oreja disminuye un poco la furia, pero no del todo. Me zafo de su agarre y lo encaro.

—Ya me puedes ir contando que hostias hacéis vosotros tres aquí.

Su expresión es de desconcierto y...sorpresa. Una inmensa sorpresa hace que sus ojos se abran como platos, que hace resaltar el precioso azul océano de estos.

—Elena nos llamó. Mel, cálmate—susurra en un tono excesivamente relajante.

—No puedo Hugo, es que no puedo. Os habéis puesto en peligro, joder, por qué coño...

Empiezo a dar vueltas por la habitación, histérica.

—Termina la frase—exige él.

—¡¿Por qué coño no os habéis quedado en la puta ciudad?!

—Porque nos necesitas aquí—responde con calma.

—¿Que yo os...?—pregunto tras soltar una risa burlona—No os necesito.

—Claro que sí, mira cómo estás.

Me detengo en seco para observarlo. Quiero calmarme, pero no puedo. No soy capaz.

—Habéis firmado vuestra sentencia de muerte viniendo aquí.

—Cuéntame qué ha pasado—ordena.

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