5. Recuerdos

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Hace 12 años.

—Mamá, ¿por qué estás triste?

Mamá me coge en su regazo después de secarse las lágrimas.

—Verás Mel, cuando una persona se va, nos deja para siempre. En ese caso es normal ponerse un poco triste.

—¿Por quién lo dices, mamá?

Ella me mira, está un poco confusa.

—Por tu abuelo, Mel.—dice mientras me aparta el pelo de delante de la cara.

Yo la abrazo y le sonrío, odio ver a mamá triste.

—Pero mami, el abuelo no se ha ido, no del todo.

Ella parece no entender qué le estoy diciendo.

—¿Cómo dices, cariño?

—Que ayer yo estaba llorando porque no iba a volver a ver al abuelo nunca más, pero me dijo que no llorara, que iba a estar siempre conmigo.

Mamá pone una cara aún más rara que la de antes.

—Jo, mamá, no es tan difícil de entender. Len también estaba, ¿a que sí, tía Mati?

La tía Mati está escuchando nuestra conversación con una sonrisa triste, pero por lo menos no llora.

—Nena, vete a jugar con Len fuera, hace un día precioso y no es para que estéis metidas con todos los viejos.

Me guiña un ojo y yo salto del regazo de mamá.

Estoy saliendo de la cocina cuando escucho lo siguiente que dice tía Mati:

—Estas niñas son muy pequeñas para entender algo así. Buscan alternativas para no sufrir dolor y a su vez, que nosotros nos sintamos mejor. Ayer Elena me dijo lo mismo, son adorables.

Quiero demostrarles que lo que he visto ha sido real, no me lo he inventado.

Cuando salgo fuera, voy corriendo a los columpios a contárselo a Elena.

—¡Elena, mamá no me cree!

—Ya lo sé Mel, a mí tampoco me cree mi madre.

En ese momento me giro hacia mi derecha y veo, en el campo, cómo se va acercando una sombra cogiendo forma.

—Abuelo, yo no sé qué decirles para que nos crean.

Abuelo sonríe.

—No vais a convencerlas. A los adultos les cuesta creer algo así.

—Pues no lo entiendo, es muy sencillo de entender. Estás aquí.—dice Len balanceándose.

—Sólo vosotras podéis verme, no sé muy bien por qué.—mira hacia arriba y sigue.—Me tengo que ir niñas. Sed fuertes, recordad siempre que os quiero más que a nada.

—Y nosotras a ti, abuelo.—decimos al unísono.

—Yo no quiero que te vayas.—digo con una lágrima resbalando por mi cara.

Él nos regala una última sonrisa, y se marcha por el campo.

Le seguimos con la mirada hasta que desaparece.

Se ha ido.

Se ha ido

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