10. La carta

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—Ha faltado muy poco, Mel. ¡Muy poco!—exclama Elena aún alterada.

—Esa persona que ha dejado la biblioteca patas arriba no era ningún guardia de seguridad. También buscaba algo. ¿Te das cuenta de lo que significa esto, Elena?—pregunto con incredulidad agarrándola por los hombros—Alguien más sabe de esto y tenemos que averiguar quien.

—¿Qué? —Len se sienta en mi cama observando la carta cerrada de abuelo, el libro de cuentos y el periódico—Mel, esto empieza a complicarse.

Me agacho junto a ella y la miro a los ojos.

—Elena, lleva siendo complicado desde que tenemos uso de razón.—me mira con confusión—Tenemos que seguir y llegar al final.

—No creo que pueda.—agarra mi mano y compruebo que sus ojos están vidriosos—¿Y si la persona que está detrás de esto es peligrosa? ¿Y si viene detrás de nosotras y nos mata?

—Len, acabaremos muertas de todas formas si no acabamos con esta puta historia, ¿entiendes?

Una lágrima recorre su rostro y yo la abrazo. Sé que está cansada. Y sé que dentro de poco va a llegar a su límite. A no ser que...

—Acabaré yo sola.—sentencio recogiendo el periódico, el libro y la carta.

—¡No!—brama ella—¡Estaremos juntas hasta el final!

—Elena, esto te está consumiendo. Y es culpa mía. El espíritu no te quiere a ti, si no a mí.—explico sentándome a su lado.

Ella duda un momento.

—Nos quiere a las dos. Si no no me poseería en cuanto tuviera la oportunidad.

En ese momento, el espejo de mi tocador se empaña y se empiezan a dibujar letras. Elena y yo nos quedamos estáticas viendo cómo sucede, sin expresión en los rostros.

L...A...C...A...R...T...A

Len y yo nos miramos y saco otra vez el sobre de la mochila. Me quedo dudando un instante de si debo abrirla, me da miedo lo que pueda encontrar. Entonces Elena coge mi mano y la pone sobre la solapa.

—Juntas.—asiente con seguridad mientras me dedica una mirada firme.

Tiramos a la vez y la carta se abre. Despliego el papel y un escalofrío me recorre el cuerpo al ver la letra de abuelo, preciosa y en cursiva. Y empiezo a recitar:

-Queridas niñas, si estáis leyendo esto es que ha ocurrido lo que yo siempre he querido evitar.

Seguramente vosotras ya seáis mayores y preciosas, y sólo espero haber vivido lo suficiente como para poder verlo. Desgraciadamente, escribo esta carta con el presagio de que voy a morir sin despedirme, sin contaros lo que nadie os ha contado nunca.

A lo mejor ya lo sabéis, pero estáis en peligro.

Hasta ahora he ayudado en vuestra crianza sabiendo que mis nietas pequeñas son especiales, que no son como los demás. Son como su abuelo.

Percibís energías y podéis ver cosas que escapan al cerebro humano. Esto se debe a que vuestras propias mentes evitan distinguir de lo real y lo ficticio, de lo normal y lo sobrenatural.

Es un gen que ha permanecido en nuestra familia por generaciones, dejando un salto generacional de diferencia. Es decir, vosotras lo tenéis, yo lo tengo, mi abuelo lo tenía y su abuelo antes que él.

Me he dado cuenta desde que erais muy pequeñas. Desde que vosotras teníais 3 años.

En esta parte hago un inciso ya que los recuerdos vienen a mi mente. Una pequeña Mel está sentada en el parque de juegos que compartía con Len, se asoma a ver por qué mamá tardaba tanto con el zumo y ve a su bisabuelo saludándola.

Al otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora