Cɑρíτυlo 4

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Incluso quizás fuera de cólera al escucharle decir que preferiría olvidarla. Cualquiera que fuera la razón, ella ya había perdido todas las pretensiones de cordura. Cualquier otra mujer ya habría gritado pidiendo ayuda antes de que él hubiera terminado la última frase. Acostarse con ella, ni más ni menos.

El silencio se alargó entre ellos. Con cada segundo que pasaba, se hacía cada vez más consciente de la desnudez, de él. Aspiraba su olor caliente, masculino, sentía la caricia de su mirada fija sobre todas y cada una de las partes de su cuerpo como si ella estuviera desnuda. Su sangre se calentó, y sus hormonas corrieron abrumadas, gritando: "Le tomaré, le tomaré, y es algo que tú quieres".

—Ni hablar de acostarnos —dijo, cortando el silencio—, y también debes saber que no existen los hechiceros.

Durante un momento bajo la guardia y su expresión reveló dolor y furia, pero también desolación, una desolación que ató su estómago en mil nudos diminutos.

—Aunque tenemos psíquicos —añadió ella, dispuesta a decir cualquier cosa para borrar tal desolación.

—¿Psíquicos?

¿Estaba fingiendo perplejidad o realmente no lo sabía?

—Los psíquicos son la gente que asegura que pueden ver el futuro con sus poderes sobrenaturales. Ya sabes, a través de la magia.

Él hizo una pausa, considerando sus palabras.

—Simplemente busco a alguien que maneje la magia, tu psíquico servirá. —A pesar de que ahora su tono era amable, la fría determinación marcaba las líneas de su mandíbula—. Ahora, quítate la ropa. Cuando nuestros cuerpos sean saciados, te permitiré llevarme hasta el psíquico.

¿Él le permitiría? Ni hablar, gracias.

—Mi respuesta es no —dijo ella con firmeza—. No cuentes conmigo.

El azul de sus ojos brilló como trozos de hielo en una tormenta de invierno y esa fue la única advertencia que recibió sobre sus intenciones. Antes de que tuviera tiempo de parpadear, ya estaba sobre ella, sujetándola contra una estatua. Sabía que debería estar asustada, pero no lo estaba. Ella, de forma extraña, estaba excitada.

No conozco nada de este hombre, se recordó. No sabía cómo le gustaba el café, o si él pateaba a los pequeños cachorros cuando nadie miraba. Y aun así su cuerpo, durante mucho tiempo dormido, saltó a la vida. Los pezones se endurecieron ante el contacto, y las caderas se arquearon, apretándose contra él. Hacer el amor con él no parecía una idea tan mala en este momento.

—No te lo pregunté, Lá, ordené que lo hicieras. —El timbre bajo de su voz sostenía el borde acerado de una espada.

Tragó aire, insegura de si todavía estaba excitada o muerta de miedo. El hombre rezumaba poder y autoridad y si ella no conseguía poner su mente en funcionamiento, ellos se unirían allí mismo.

—Uh, sobre el psíquico. Todos las consultas y negocios están cerrados hasta mañana por la mañana.

Él hizo una pausa.

—Cuando salga el sol, me llevarás a ver a ese hombre de magia. Tendré tu palabra en esto. —Sus labios permanecieron separados mientras esperaba su respuesta, mostrando los blanco y nacarados dientes de debajo—. En cuanto a acostarnos...

—Si terminas esa frase, juro por Dios que nunca te llevaré a ver a un psíquico.

Su boca se cerró, y él permaneció tranquilo, aunque la cólera bullía justo debajo de la superficie de su piel.

Wow. Ella no había esperado que la amenaza funcionara, pero ahora que lo sabía...

—Quiero que me contestes a algunas preguntas.

ESTATUA [ADAPTADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora