Cɑρíτυlo 28

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Tres días y doce psíquicos más tarde, Lali y Peter habían desarrollado una rutina.

Mañana: footing y visitar psíquicos.

Tarde: trabajar en el Victorian.

Atardecer: Hablar y ver un rato la televisión.

Noche: dormir separados y fantasear.

Aunque el cuerpo y mente le gritaban que hiciera realidad esas fantasías, que el tiempo se agotaba rápidamente, Peter no había besado a Lali, ni la había tocado, ni le había susurrado palabras eróticas. No, la cortejaba a través de bromas y sutilezas, intentando ganarse su amor e intentando convencerla de que se casara con él. Hasta ahora, había fallado. De hecho, el comportamiento solícito estaba surtiendo el efecto contrario en Lali, ya que parecía que se retraía un poco más cada día. El continuo fracaso, tanto con Lali como con los psíquicos, no hacía más que aumentar su desesperación.

Sólo le quedaban diez días. Diez cortos días para que la maldición lo reclamara una vez más.

¿Podría permitirse perder otro día ante su obstinación? A cada segundo que pasaba sentía la frialdad de la piedra correr por la sangre, intentando congelarlo donde estaba. Tenía que conseguir que Lali lo amara. Tenía que forzarla a caer utilizando cualquier método necesario. No podía permitirse otro fracaso más. Pronto, tenía que ganársela pronto.

¿Pero qué podía intentar que no hubiera intentado ya?

La había perseguido sexualmente, la había puesto celosa, había compartido el pasado con ella, le había dado tiempo, y cuando falló todo, había cultivado su amistad, tratando de demostrarle que realmente se preocupaba por ella y deseaba su felicidad. Aun así, sus esfuerzos no habían sido nada más que tiempo perdido.

Maldita sea. ¿No entendía el gran honor que le ofrecía al proponerle hacerla su compañera de vida temporal? ¡No, no lo hacía! Con su –No, no voy a casarme contigo –, y su –debes obedecer mis reglas–, la mujer agotaba rápidamente su legendario control. Ya debería conocerlo lo suficientemente bien como para saber que la convencería de irse con él, que le daría su corazón, y que le pertenecería durante todo el tiempo que quisiera retenerla.

Y no aceptaría nada menos que su absoluta sumisión.

Si sólo ese día no pareciera destinado al fracaso también.

Después de un accidente menor, en el que se vio implicado el transporte de Lali y un poste inmóvil, seis visitas a establecimientos no mágicos y una lucha contra un dolor de estómago causado, estaba seguro de eso, por una losa de grasiento alimento que Lali llamó pizza, no estaba de muy buen humor. Además, la nueva ropa que llevaba -el artículo que Lali llamaba ropa interior– estaba destrozándole los atributos masculinos.

—Bueno, éste era el último de todos —dijo Lali, frotándose las manos una vez, dos veces.

Estaban de pie en el exterior de la Palma del Saber, un pequeño edificio que supuestamente albergaba a uno de los mayores psíquicos masculinos que existieron alguna vez. Que quizás existió en un mundo imaginario de su propia creación. Los pájaros volaban encima, dando vueltas y buscando alimento. El ardiente sol golpeaba con fuerza y una ligera brisa sopló, impregnada de un suave olor, como a flores y lluvia que le recordó a Lali.

—Hemos malgastado la mañana de una consulta a otra. —dijo Lali protegiéndose los ojos con una mano. —Y tenemos mucho trabajo que hacer, el Victorian está patas arriba. Reuniré otra lista esta noche. Estoy segura que en Internet conseguiré más nombres, y podemos visitar uno o dos durante el fin de semana. Si no están demasiado lejanos —añadió.

Escuchó las palabras sin prestarle atención.

—Hemos ido a seis sitios, Lá, pero había siete nombres en tu lista.

ESTATUA [ADAPTADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora