Cɑρíτυlo 26

83 2 0
                                    

Peter despertó de golpe. La luz del sol se derramaba dentro de la habitación que ocupaba, cerró y abrió los ojos, bizqueando. ¿Por qué era la maldita luz tan brillante? ¿Por qué palpitaba su cabeza, tan dolorosamente que parecía que le fuera a explotar? ¿Y por qué, en nombre de Elliea, sentía la lengua tan seca y pastosa, como si una diminuta criatura hubiera avanzado lentamente en su interior y hubiera muerto?

¿Quizás era él quien se moría? ¿Estaría enfermo?

Despacio, los recuerdos borrosos de la cabeza comenzaron a esclarecerse, aunque varios pedazos de información permanecían, extrañamente, fuera de su alcance. Sin embargo, un pequeño detalle golpeaba la mente: ¡Los hermanos de Lali eran los responsables de su tormento!

Se impulsó hacia arriba, con la intención de recoger las armas y destruir a los cuatro malditos hombres que le habían dado "Lámelo".

Pero el movimiento hizo que la visión se oscureciera y el estómago se sacudiera, así que volvió a recostarse con cuidado.

Lámelo, era, obviamente, algún tipo de poción. Había de muchas clases diferentes en su mundo y todas eran usadas para conseguir diferentes reacciones, pero ignoraba cuales eran los venenos del mundo de Lali. Sospechaba que el ardiente brebaje que había consumido no se usaba simplemente para incapacitar al enemigo, sino también como suero de la verdad.

Demasiado bien recordaba las numerosas preguntas que los hermanos de Lali le hicieron.

¿Cuánto tiempo te quedarás?

¿Por qué te marchas?

¿Cuáles son tus intenciones hacia Lali?

No estaba seguro de lo que había respondido pero creía que, quizás, las respuestas originaron la batalla. Acordándose de un golpe bien dado, se tocó el labio. Sí, sin duda le dolía. No recordaba con exactitud, pero sabía que la lucha había sido tres contra uno. Quién había ganado, no estaba tan seguro. Aunque había peleado hasta contra nueve soldados rebeldes a la vez y había salido vencedor, los hermanos de Lali eran una fuerza mucho más imponente.

Un dolor agudo le atravesó la cabeza e hizo una mueca.

Tenía que levantarse, tenía que luchar contra la enfermedad. Había mucho por hacer ese día. Tropezó con la cama y el movimiento hizo que el estómago se agitara, se retorciera y diera arcadas. Luchó, pero pronto comprendió que era una batalla perdida y corrió hacia la sala de baños donde vomitó sobre el fregadero.

Después de que hubiera vaciado el estómago y se hubiera enjuagado la boca, fue en busca de Lali. Los pasos eran lentos y cuidadosos mientras rezaba para que ella poseyera algún tipo de antídoto. Si no, el dolor de estómago y cabeza podían matarlo antes de que el día finalizara.

La encontró apoyada en el mostrador de la cocina, hojeando la gruesa y amarilla guía telefónica y bebiendo sorbos de un líquido verde de una taza. Incluso con los sentidos entorpecidos por el dolor, era una vista digna de contemplar. La luz del sol se volcaba a través de una ventana cercana, acariciándola con un brillo angelical, rindiéndole el glorioso tributo que se merecía.

A su lado, una dulce melodía era tarareada por una caja mágica. El primer instinto fue el de atacar, pero luego notó que el pie golpeaba siguiendo el ritmo, y permaneció en su sitio. Ése era otro de sus chismes, como el contestador automático, comprendió.

Hoy Lali llevaba drocs cortos, ajustados y un top marrón sostenido por gruesas tiras. Aunque ambas prendas se ajustaban a las curvas como una segunda piel, ni el top ni la prenda inferior eran, en realidad, piezas atractivas, aun así, se quedó mirando atontado. Fascinado, podría haberse quedado contemplando su exquisita hermosura eternamente.

ESTATUA [ADAPTADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora