Cɑρíτυlo 14

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Todo hombre poseía un miedo, un miedo que lo consumía, que podía conducirlo al borde de la locura. Pedro acababa de descubrir el suyo. Quedarse atrapado en este mundo, abandonado para toda la eternidad, le asustaba hasta el tuétano de los huesos. Sabía que la posibilidad existió desde el principio de su maldición. Pero ahora, la realidad le superaba con más fuerza que antes de su final liberación.

Libre, pero no totalmente.

No podía irse a casa hasta que se ganara el amor de Lali, hasta que lo aceptara. Tenía sólo trece días más para conseguirlo, y a este paso, él también se enamoraría. Pero él no podía enamorarse, no quería enamorase. Era un hecho que ningún auténtico hechicero vivía aquí, que no conseguiría los medios para volver a casa por el momento.

Estaba de pie en el exterior de la casa del falso místico, sus piernas separadas, sus brazos cruzados tras la espalda y los músculos tensos. Esa era la postura de un guerrero, una que normalmente se usaba justo antes de la batalla, cuando los planes y las estrategias eran realizados.

Y ésta parecía la mayor batalla de su vida.

Su primer instinto había sido correcto. Ninguna magia residía en la Casa del Misticismo. Lo supo incluso antes de dar un paso dentro y lo supo después. Aunque tontamente se había aferrado a la esperanza. Ahora se veía forzado a afrontar la verdad.

¿Desde cuándo los místicos estudiaban la mano de un hombre para abrir un vórtice? Uno sin ninguna magia auténtica o capacidad, se contestó sombríamente. Lo irónico era que el farsante que vivía en ese edificio, lamentablemente, había dicho algunas verdades. Debería poseer el suficiente poder para volver a casa. La magia habitaba dentro de él, mucha magia... pero era una fuerza que no podía controlar, por lo tanto, era una fuerza que no podía utilizar. ¡Maldita sea! Un simple hechizo era todo lo que necesitaba. Un simple hechizo, aunque no tenía esperanzas de alcanzarlo.

De todos modos, él lo intentó otra vez. Cerró los ojos, levantó los brazos en el aire y pronunció las palabras necesarias. Mientras hablaba, el aire de su alrededor se arremolinó, dando vueltas y vueltas, más y más rápido, y entonces... paró. Lo intentó otra vez. Nada. Otra vez. Nada.

Dejó caer los brazos a los lados, con cada uno de sus fracasos (con Lali, el psíquico y sus inútiles poderes) pesándole sobre los hombros. ¿Por qué la magia y los encantamientos les resultaban tan fáciles a la gente de su madre y tan difíciles y frecuentemente desastrosos para él? ¿Por qué? ¿Quizás poseía demasiada fuerza física? ¿Acaso su capacidad sobrenatural de cazar y destruir a sus enemigos, de algún modo, debilitaba su capacidad mágica? Si era así, con mucho gusto abandonaría tal regalo, ¿de qué le servía si no podía luchar contra su mayor enemigo?

Pedro apretó los dientes y el aire quemó en su garganta. El orgullo le exigía que vengara todos esos palmos perdidos, a sus compañeros y amantes. El orgullo le exigía... y aun así, no podía hacer nada.

Soltó una risa oscura, sin sentido del humor. La maldición dio la bienvenida a su frustración como una enfadada nube tormentosa daba la bienvenida al delirante viento, ambos listos para soltar un torrente de dolor y sufrimiento. Con los puños apretados, luchó por encontrar algo de paz interior. Un minuto dio paso a otro y su lucha se volvió infructuosa. Necesitaba una salida, algo, algo para calmar los bordes afilados de sus emociones.

Una mano suave, dulce, tocó su hombro.

—¿Estás bien? —Preguntó una voz aun más dulce—. Sé que no fue como esperabas y siento mucho haberte traído aquí, pero encontraremos a alguien más. Había montones de nombres en la guía telefónica y te prometo que visitaremos a otro psíquico mañana. Yo iría ahora, pero tengo miedo de que otro fracaso... —las palabras de Lali intentaran calmarlo—. Simplemente creo que sería mejor esperar hasta mañana.

ESTATUA [ADAPTADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora