Cɑρíτυlo 11

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—Llevo tiempo imaginándome todo lo que me gustaría hacerte, Lá. ¿Te imaginas todo lo que te gustaría hacerme?

Oh, sí. Sí, ella definitivamente se lo imaginaba.

—En mi mente veo a mis manos coger tus pechos, masajeándolos suavemente, mientras mi lengua lame lentamente un pezón y espera ansiosa hacer lo mismo con el otro.

Como durante toda la pasada hora, la ronca voz de Peter se deslizaba como la seda, baja, lisa y melosa, tocando a Lali en la oscuridad y dejando un rastro ardiente a su paso. Acalorada, estaba tendida en la cama, con una gruesa y suave colcha cubriéndola. Pero era el hombre tumbado en el suelo el responsable de que su sangre se calentara, no su colcha.

Lali trató de recordar por qué estaba tan determinada a oponerse a él. Realmente tenía unos motivos, ¿no? Simplemente no los recordaba, y no estaba segura cuanto más aguantaría antes de que metiera todas sus preocupaciones en un cajón y se rindiera. El apasionado asalto de Peter, que había comenzado mucho antes de que empezara a hablar, destruía rápidamente todas sus defensas.

—¿Quieres sentir el calor de mi lengua?

Obligándose a sí misma a no soltar un ¡SÍ!, apretó los labios con tanta fuerza que probablemente se le quedarían unas arrugas permanentes. De todos modos, ¿por qué le había permitido a Peter dormir en su habitación? ¿Y por qué, por el amor de Dios, estaba todavía en la cama y no en el suelo con él?

—Tu cuerpo suplicará silenciosamente que te toque entre las piernas —siguió despiadadamente—. Pero no te tocaré allí con mis dedos. No, bajaré besando tu estómago y te probaré con mi boca, moviendo mi lengua a izquierda y derecha, luego en círculos, creando una fricción caliente, mojada.

—¡Prometiste que no intentarías nada!

—Nunca prometí que no hablaría o lo imaginaría. Y lo que me imagino ahora mismo es muy travieso. Tú estás....

Ella dejó caer su maza y el bote de pimienta en el colchón, que, en realidad, eran un bote de laca para el cabello y una botella de agua, y se tapó con las manos las orejas, amortiguando su voz. Comenzó a roncar como un viejo con una sirena antiniebla pegada en la garganta. Todo el tiempo imaginándose que colocaba los azulejos del cuarto de baño y que les echaba la lechada para que se secara, cualquier cosa con tal de impedir que su mente pensara en cuerpos desnudos y grandes placeres.

Nunca me das lo que quiero, se quejó su cuerpo, y quiero a Peter.

Acallándolo, su mente le replicó. ¡Es que no tenemos bastantes problemas!

Azulejo. Lechada. Azulejo. Lechada. Con la voz de Peter amortiguada y su imaginación ocupada colocando azulejos, despacio, muy despacio, sus sensibilizados nervios se calmaron. El escozor de la anticipación se aquietó. Cuando creyó que había transcurrido el tiempo suficiente, dejó de fingir los ronquidos y se quitó las manos de los oídos.

El bendito silencio le saludó.

Entonces, como si él estuviera en armonía con ella en cada acción, cada sentimiento y pensamiento, Peter dijo:

—Sólo di las palabras, . Dilas y danos a los dos la liberación.

—De acuerdo, diré las palabras —sus uñas se clavaron profundamente en sus piernas, dejando marcadas unas medias lunas—. Diré cállate o márchate. ¡Por favor! Tenemos que madrugar y ya son las dos de la mañana. Después de que te lleve ante el psíquico, tengo que ir a trabajar. Necesito descansar.

Cinco. Diez. Quince minutos pasaron. Él no habló más. Ella hasta ni lo oyó respirar.

En el silencio que siguió, los párpados de Lali comenzaron a cerrarse. Ella cogió la laca para el cabello otra vez, lista a saltar de la cama y golpearlo con él en la cabeza si él se atrevía siquiera a roncar. Al cabo de un rato, su agarre se relajó y rodó a un lado. Su último pensamiento antes de que su mente fuera a la deriva, antes de sucumbir a la oscuridad, fue que aquel hombre necesitaba que lo amordazaran, y que ella mereciera unos azotes por permitirle entrar aquí desnudo.

ESTATUA [ADAPTADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora