Cɑρíτυlo 18

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—Necesitas una mujer —distraídamente, ella cogió otro puñado de arena—. Alguien que cure tu dolor interior.

—¿Qué mujer me querría? —Se rió él, el sonido sonó áspero y amargado en sus oídos—. ¿Qué mujer querría un hombre cuya piel está estropeada por tantas cicatrices? ¿Cuyo cuerpo está doblado y retorcido?

Ella contestó sin vacilar.

—Una mujer que pueda mirar más allá del aspecto físico y ver al maravilloso hombre que hay en el interior.

—Y eso lo dice la mujer que no sólo abandonó a su primer hijo, sino que también destruyó al segundo...

Su cabeza se alzó ante sus últimas palabras.

—No lo digas. No digas esas palabras en voz alta.

—¿Qué? ¿Que no diga tus pecados en voz alta para que todo el Druinn pueda enterarse? Sé lo que le hiciste...

—Percen —ella lo cortó otra vez, desesperada. Se puso de pie, poniéndose a su altura—. Es suficiente.

Él hizo una pausa, considerando su súplica.

—Tienes razón. Tus pecados contra los mortales me importan poco. De hecho, me alegro de que los cometieras —su cabeza cayó hacia atrás y miró fijamente al cielo. Las lunas gemelas brillaron, creando rayos de luz violeta. ¿Por qué no podía la vida ser más simple? Un hombre, se suponía, vivía, se enamoraba y moría. En cambio, él vivía, sufría, y seguía sufriendo—. ¿A qué mundo enviaste a Peter?

Sus párpados revolotearon hasta cerrarse, pero no antes de que él vislumbrara su alivio.

—Lo envié muy lejos, donde una cariñosa doncella lo liberará algún día. Él se merece una vida feliz.

—¿Y yo no? —Percen golpeó un puño contra su palma.

—No dije eso —le aseguró ella con cuidado—. Pero tu felicidad no vendrá del sufrimiento de Peter.

Sí, lo haría. O quizás... quizás la redención le llegaría con el sufrimiento de algún otro.

—He castigado tan duramente a Peter al igual que tu abandono endureció mi corazón —dijo él, más para sí mismo que para ella—. Pero quizás, en cambio, debería haberte castigado a ti.

Sólo una vez que las palabras fueron dichas, comprendió su significado. Si ella fuera una estatua, no podría decirle esas cosas que le hacían daño. No podía dejarlo solo y desamparado. No podía escoger, otra vez, a Peter por encima de él.

Ella debió de leer sus intenciones en sus ojos, porque dijo:

—Percen, no lo hagas —mientras daba un paso atrás y agarraba su amuleto para tele transportarse a otro lugar.

Sus poderes eran mucho más fuertes que los suyos, el Druinn se había ocupado de eso. Por Elliea, ella se había ocupado de eso. Con una ondulación de sus dedos, él congeló sus pies en el lugar, haciéndole imposible el moverse físicamente o mágicamente.

—Tendrás tiempo para pensar en tus pasadas acciones y decisiones. Aunque Peter estuviera ahora aquí, no podría salvarte de mí encantamiento. Ambos sabemos que él no posee mis capacidades mágicas, aunque tú siempre escogiste al más débil de tus hijos. Piensa en ello.

—Percen...

Una sonrisa elevó la comisura de sus labios.

—Simplemente recuerda esto, yo, y sólo yo, puedo liberarte de este hechizo. Una de las ironías de la vida, supongo, que la misma persona que te hace daño es la única que pueda salvarte —sin darse tiempo a reconsiderar sus acciones, se replegó en su interior y elevó los brazos al aire. Sus enjoyadas manos se iluminaron bajo la luz la luna, creando coloreados rayos de luz que se clavaron en la arena.

—Aunque carne y sangre puedes ser —cantó él, concentrando toda su energía en su madre—, piedra será todo lo que otros ojos puedan ver.

—No hagas esto —pronunció ella una vez más, sus ojos llenos de horror.

No escuchó sus súplicas. ¿Había escuchado ella las suyas durante todos aquellos palmos? No. Ella siempre había parecido demasiado impaciente por abandonarlo. Frunciendo el ceño, terminó su maldición.

—Frío mármol, dura roca, con esta maldición yo te encierro en ella. La Reina de Piedra siempre serás, a no ser que la sangre de mi vida te ponga en libertad.

De pronto el viento explotó, golpeando a través de la noche como el aliento del Diablo. Un relámpago estalló en el cielo y se estrelló contra la playa. Poco a poco, su carne se endureció hasta convertirse en plateada piedra.

Ya estaba hecho.

Pero él no se sintió mejor, su sufrimiento no se alivió, tal y como había esperado. No, él sentía...vergüenza, dolor y necesidad. Profundos, todos esos sentimientos que él añoraba dejar de soportar, pero que nunca había conseguido hacerlo. Extendió la mano, pero en seguida la dejó caer a su lado. Ella se alzaba tan hermosa ante él.

Sus hombros cayeron.

—¿Debería liberarte ya? —preguntó, aunque sabía que no lo haría—. Voy a buscar a Peter. ¿Ya lo sabías, no? Sólo porque lo enviaras a otro mundo no significa que no pueda encontrarlo.

En lo alto, las estrellas desaparecieron bajo una capa de nubes espesas y grises que lentamente se formaban. El fragor de un trueno resonó, luego estalló. Era como si las emociones que había en su interior cambiaran el tiempo.

—Ambos sabemos que el tiempo pasa de forma diferente entre un mundo y otro. ¿Un día ha pasado en Imperia, pero cuántos días han pasado para Peter? ¿Es libre? Y si es así, ¿estará viejo y consumido? Sea cual sea su edad, su vida, lo traeré de vuelta a casa. El tiempo y la distancia no tienen ningún dominio sobre mí.

Percen sabía que no debería dejar Imperia. Pero lo haría. Se despediría de este mundo y nunca volvería si con eso conseguía encontrar a su hermano. El Druinn lo necesitaba, ya que algo oscuro se cernía más allá del horizonte. Algo que los ciudadanos de esta tierra no estaban preparados para afrontar. Él no sabía qué era, una guerra, quizás, pero sí sabía que pronto se perderían muchas vidas. Pero su venganza significaba mucho más para él que la seguridad de su mundo.

Gotitas de lluvia comenzaron a caer, salpicando sobre la arena y la piedra. Varias gotas se deslizaron por la cara de su madre y terminaron en sus mejillas, como lágrimas.

—Si te lo traigo, ¿se llenará tu corazón de alegría y haré que tus sentimientos hacia mí se llenen, por fin, de ternura? ¿Una verdadera ternura, no la vacía emoción que profesaste tener hoy?

Silencio.

El espeso silencio se extendió como una sombra opresiva a través de la blanca playa, y en aquel momento pareció que hasta la lluvia no se atrevía a repiquetear. Percen se cayó de rodillas, presionando su frente contra el pecho, todo el rato ansiando que sus brazos rodearan sus hombros.

—Si te lo devuelvo, ¿me amarás realmente? ¿Quizás, hasta me amarás más de lo que lo amas a él?

Otra vez, silencio.

Él no esperaba nada diferente, pero no podía dejar de desear notar algún signo de que ella lo escuchaba, de que aprobaba su intento de complacerla. Pero cuando la miró fijamente a la cara, su expresión proclamaba claramente: Eres mi mayor decepción.

Y no tenía que ser así.

—Lo encontraré —dijo Percen finalmente con determinación. Se levantó y acarició con una mano su suave y blanca mejilla—. Buscaré por todas las galaxias si es necesario y encontraré el lugar exacto al que lo enviaste. Y luego, querida Madre, te lo devolveré.

Roto y destruido.

ESTATUA [ADAPTADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora