Prólogo

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La vida es injusta para muchas personas que no se merecen las mierdas que salpicamos gente como yo, estamos materializada para lastimar a todos los que nos rodean. 

Ajusto el vestido negro que se adhiere a mis curvas dándome ese aire sensual que me gusta tener.
El lápiz labial rojo brilla en mis labios y hace un perfecto contraste con mi atuendo.

Mis tacones resuenan en el pasillo del hotel en el que me estoy hospedando, todo parece tan desolado.

Y así se encuentra, porque he asesinado a todos los residentes.

Observo mi reflejo en un espejo que se encuentra en recepción y, con cuidado, limpio la gota de sangre que mancha mi perfecto rostro.
No podía salir así a la calle.

Le sonrio apenada al recepcionista que se encuentra atado y amordazado, este me mira con ojos suplicantes.

— Ha sido una buena estadía y me encanta su servicio, una lastima que no sea una mujer que se conforme con minucias. - saco la pequeña pistola de mis ligas y apunto a su cabeza, el disparo no omite sonido gracias al silenciador pero la sangre salpica todo. - merda.

Por suerte el vestido es negro y no se notan las manchas de sangre, guardo la pistola y con cuidado salgo del hotel, las calles se encuentran a oscuras y eso ha sido perfecto para mi.
Me monto en mi Lamborghini y manejo por las calles de Sicilia, es lindo estar de nuevo en casa.

Lastimosamente creo que no seré tan bien recibida por mi familia, pero no me han visto en cinco años, mamma de seguro ha de extrañarme demasiado.

(...)

Repaso nuevamente el enterizo blanco que traigo puesto, retoco mi labial color caramel en el espejo retrovisor del auto, mi maquillaje se encuentra en perfecto estado y mi pelo igual.

Todo en mi grita "he vuelto y estoy más hermosa que nunca"

Acomodo mis tetas y salgo del auto, suspirando subo las escaleras hacia la puerta de madera que me da la bienvenida, ya puedo respirar el olor a hogar.

Dos toques y nada, comienzo a impacientarme, vuelvo a golpear dos veces más y, cuando estoy por tirar la puerta abajo, ésta se abre.

— Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla?

Un hombre musculoso, que jamás había visto en mi vida, con muchos tatuajes adornando su torso, un poco de barba y unos ojos color esmeralda que me observaban con curiosidad, había abierto la puerta.

Recupero la compostura y lo miro como si no me interesara que sea tan guapo.

— Buenos días, esperaba ver a mis padres ¿se encuentran en casa?

— ¿Usted es?

Mi entrecejo se frunce, y sonrió para mis adentros al ver cómo pierde su mirada en mi escote.

— Creo que soy la hija de quienes residen en esta casa, no me he presentado, un gusto, Beatrice Rossi.

Estiró mi mano y él la toma enseguida.

— Varick Meyer.

Mm alemán.

— Bien ¿Entonces que haces en la casa de mis padres? ¿Será que puedo pasar al hogar en el que me crié?

Fuerza una sonrisa, estoy odiando no tener el control en la situación.

— Adelante, el señor y la señora Rossi no me habían informado de tu llegada.

Camino al interior de la casa en la que crecí, el piso se madera resuena cada vez que doy un paso y los leves recuerdos de mi infancia me golpean.

— Les quería dar una sorpresa.

Me siento en el sofá cruzando mis piernas y lo miro directamente.

— No me has dicho que haces aquí.

— Vivo aquí, tus padres me rentan tu habitación.

Le dedicó una sonrisa amarga.

Malditos, ni guardar un espacio para mí en su casa pudieron. Pero no hay problema, intento calmar mi genio y tomo mi celular revisando mis redes sociales, Varick se va dejándome sola en la sala y es lo que más le agradezco.

No me gusta la compañía. Para los que me conocen, yo soy su peor pesadilla.

(...)

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Infame ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora