17

350 21 8
                                    

La primera nota Dasha la recibió un día después. “Lo siento, soy un idiota. ¿Me perdonas?”
Dasha la lanzó a la papelera sin ni siquiera darle un segundo vistazo. La segunda se la encontró amarrada con un lazo dorado al pomo de la puerta de su casa. “¿Podrías perdonarme? Te extraño.”
La tercera colgaba del cuello de un adorable osito de peluche. “Soy un gilipollas posesivo. No lo volveré a hacer. ¿Me hablas?”
La cuarta no podría considerarse una nota pues venía en forma de bombones formando una sola frase: “Lo siento”.
Dasha hasta ahora había recibido siete y en vez de estar enfadada lo único que hacía es esperar ansiosa la petición, cada vez más alucinante, de perdón de Christopher. Quería verlo arrastrándose por su perdón. A una mujer no le sentaba nada mal un poco de ego.
Recogió su correo viendo entre sus cosas una carta de Alabama. Llevaba esperando esa carta desde hacía una semana y ahora que había llegado no pudo parar de sonreír. Salió de su edificio con una sonrisa de oreja a oreja y el humor revitalizado.
Miró el cielo despejado y hermoso y dio un traspiés. Parpadeó sin poder creerse lo que veían sus ojos. Una pancarta inmensa pegada a la fachada del edificio de enfrente dictaba: “Soy un imbécil. Me equivoqué. ¿Me perdonarás algún día?
La calle estaba llena de viandantes  que miraban asombrados el mensaje y seguían su camino sin saber para quién era. Dasha lo sabía y ardía de furia, incredulidad y satisfacción.
¿Quizás ya era hora de llamar a Christopher? No, mejor sería que él la llamara a ella. Dasha no sabía si lo haría, pero nunca estaba de más darle un empujón a las personas para que hicieran lo que uno quería.

Llegó a la universidad con tiempo de sobra y localizó a Christopher de inmediato. Los medios que él utilizó para llevársela a la cama (Dasha tenía que asegurar que solo fue la primera vez pues luego de ese momento ella había estado muy dispuesta a hacerlo nuevamente sin chantaje de por medio) no había sido de ninguna manera juego limpio así que ella jugaría sucio. Sonrió victoriosa y publicó los resultados de la última evaluación semestral en el mural de la universidad.

Christopher entró sin llamar a la oficina de Dasha. Su rostro entre enfadado y desconcertado. Los resultados de su último examen lo habían impactado en principio. Habría jurado que no estaba tan mal como Dasha lo había calificado y luego todo había encajado en su mente como si se tratara de un puzzle.
¡Ella quería castigarlo! Él sabía que la había cagado a lo grande al dejar que Garret la tocara y la viera de esa forma, cuando ella se había quedado tan vulnerable para él. Y no sólo por lo que ella pudiera sentir hacia su hermano sino también porque solo la idea, la mera visión de su hermano tocando a Dasha, a la mujer que deseaba más que a nada en este mundo, le hizo hervir la sangre y le nubló la mente de furia y celos.
Pero había tenido que aceptar. Cuando Garret llegó a su apartamento amenazándolo de contarle a Dasha todo sobre su trato con él, sobre cómo Christopher la había estado siguiendo durante estos años había tenido que decir que sí. Odiaba a su hermano profundamente, pero no podía arriesgarse a que Dasha se enterara de cuán obsesionado se sentía hacia ella. Ya era más que suficiente que su manera inicial de llevársela a la cama no fuera nada como él lo había planeado.
Ahora ella lo miraba con soberbia detrás de su escritorio y él no tenía ni idea de qué iba a hacer para que lo perdonara finalmente.
— ¿Por qué lo hiciste? — cuestionó él con la voz tan controlada como le era posible.
— ¿Por qué hice qué señor Perkins? — la mirada de ella llena de una indiferencia tan clara que le hizo saber a Christopher que necesitaría arrastrarse para que ella le concediera el perdón.
— Sabes perfectamente de lo que hablo. Mi trabajo bien no merecía una calificación de excelente, pero al menos estaba aprobado. Lo hiciste para vengarte ¿verdad?
— ¿Vengarme? ¿Crees que tengo la necesidad de vengarme de un hombre que sin mi consentimiento dejó que una de las personas a las que odio más en el mundo se acercara más de lo que dicta el decoro a mi? — la respuesta de ella fue tan fría y certera como la hoja de un puñal.
Dasha se puso de pie con lentitud y elegancia. Por dentro su ser reía satisfecho por la furia y el desconcierto de Christopher y porque finalmente él estaba donde ella quería que estuviese.
— ¿Para eso era necesario que te metieras con mi carrera? — el ceño de Christopher denotaba ahora más cansancio y astío que enfado.
— ¿Acaso tú no lo hiciste cuando me chantajeaste? Un chantaje que quede claro aun no he olvidado, pero si obviado por el placer de ambos. — caminó sinuosamente hasta la puerta y le puso seguro ante la mirada perspicaz y atónita de su alumno. — Sólo quería llamar tu atención querido Christopher.
Con un sensual movimiento de sus caderas cimbreantes se posicionó frente a él, tan juntos se encontraban sus cuerpos que con cada respiración sus pechos se pegaban. Los ojos de Christopher se oscurecieron de la pasión. Dasha viéndolo sonrió como un gato hambriento que ha encontrado el ratón del que va a alimentarse.
— ¿Cuál es tu propósito Dasha? No te entiendo. — logró decir él apartando un segundo su mirada de los pechos de ella expuestos en un majestuoso escote para fijarlos en sus ojos almendrados.
— Mi propósito era hacerte arrastrarte un poco Christopher. Necesitaba que verdaderamente te arrepintieras de lo que hiciste y me prometieras que antes de cualquier movimiento nuestro en el plano sexual y personal lo hablarías conmigo. — con la punta de su nariz acarició la clavícula de él.
El cuerpo de Christopher se tensó contra el de ella. Dasha rió como una chiquilla al sentir como otras partes de él también se tensaban.
— Porque por más que me moleste debo confesar que hasta ahora has podido satisfacer todos mis deseos. Sería una pena perderte antes de haberte disfrutado por completo. ¿No te parece? — lo provocó ella acariciando su miembro erecto por encima de la bragueta.
— Sí, me parece... — empezó él con la voz entrecortada. — Me parece que estoy de acuerdo contigo.
— Entonces Kit... ¿Por qué no te pones de rodillas y me dices cuánto lo sientes? — sonrió ella contra la boca de él.
Él lo hizo complacido.

***

Dasha no había podido dormir ni dos horas. Christopher a su lado dormía tranquilamente sin pensar en las maquinaciones que le llenaban la cabeza a su amante. Dasha había perdonado a Christopher. Al menos eso era lo que él creía.
Cuando este le prometió una cena casera y la invitó a quedarse a pasar la noche en su casa ella aceptó. Ella había visto como esto lo había complacido y sintió un poco de resquemor, pero apartó de su mente toda la culpabilidad que sentía cuando recordó su forma de manipularla a su antojo a través del sexo.
Dasha había hablado muy seriamente de esto con Alabama. De como había caído nuevamente en el profundo vicio que era para ella el placer del acto sexual. Después de que ambos, Christopher y ella, cenaran y realizaran otros actos mucho más placenteros ella había fingido quedarse dormida.
Al parecer eso no molestó a Christopher pues nunca hizo el menor intento por despertarla y él mismo se acurrucó contra ella. Ahora Dasha mordiéndose los labios para impedir que se le escapara cualquier sonido por minúsculo que fuese se levantó de la cama muy silenciosamente.
Miró hacia donde su alumno descansaba plácidamente y exhaló de alivio. Se puso de pie, se colocó apresurada la camisa con la que Christopher andaba antes sin abotonarla y comenzó a rebuscar en su bolso sobresaltándose cada vez que la respiración de Christopher se alteraba un poco o si este se movía en sueños.
Cuando encontró la memoria agradeció a todo lo más sagrado y se dirigió a la sala, justamente donde él había dejado su portátil. Sentándose a la mesa del comedor lo encendió y casi sonrió al ver que Christopher lo tenía sin contraseña. ¿Quién en estos tiempos haría algo así? Volvió a agradecer su buena suerte.
Colocó la memoria y copió el único archivo que esta contenía a la computadora, todo eso con un oído puesto en Christopher. No sabía si este tendría en el portátil lo que buscaba, pero no podía arriesgarse a que así fuera.
Tampoco podía arriesgarse a que tuviera esos archivos en su teléfono. ¿Cómo haría para evitarlo? Un correo por supuesto. Cerró la cuenta de correo de Christopher y dio a la opción de crear una nueva. Debía de ser un correo al que él no dudara abrir los mensajes. Quizás su madre era una buena opción. Creó la cuenta y abrió un correo al que colocó como asunto Garret. Rápidamente agregó como texto una disculpa muy maternal por no haberle avisado antes de su nueva cuenta de correo y lo impactada que se encontraba porque su traidor hermano le haya enviado esta imagen.
Dasha rió al pensar en como aún recordaba la manera tiquismiquis de expresarse de Pamela Perkins, la madre de Garret y Christopher. Adjuntó la imagen que había copiado del USB al portátil y lo envió al correo personal de Christopher.
Salió de Gmail y abrió con placer y nerviosismo el archivo. Cinco minutos después todos los datos que Christopher había guardado en su computadora habían desaparecido para siempre por un peligroso virus informático. Su portátil nunca funcionaría de nuevo.
Ahora lo único que le quedaba era buscar si Christopher tenía las imágenes impresas. Quizás en la tarjeta SD de alguna cámara. Suspiró desanimada y se puso de pie. Eso le llevaría algún tiempo y no sabía si Christopher se despertaría y la atraparía. Pero por algo debía de empezar.

Cuatro horas después mientras Christopher despertaba lentamente Dasha estaba a su lado con una pequeña sonrisa satisfecha en los labios. Misión cumplida. Adiós chantaje, pensó contenta y se acurrucó contra el cálido cuerpo de su alumno.

La emocionante existencia de una adicta al sexoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora