VII

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Lalisa no podía dejar de pensar en Jennie. Sentía algo por ella, desde la primera vez que la vió.

Ya era de noche, cuando de pronto tocaron a su puerta.

— Adelante.— Dijo, mirando hacia la puerta, intrigada por quién podría hablarle a tan altas horas de la noche.

— Mi sultán, su favorita está aquí.— Dijo el aga.

— ¿Cómo?. Dile que vuelva mañana, ya que ahora es muy tarde.— Ordenó.

— Permiso.— Entró Halime.— Mi sultán, disculpe la intrusión.— La miró coquetamente.— Su madre me ha enviado a sus aposentos, y no puedo desobedecerle, ¿Verdad?.— Dijo con aquella sonrisa.

— ¿Cómo permiten que cualquiera entre a mis aposentos?.— Dijo molesta, mirando al aga que se encontraba ahí.

— Lo siento, mi sultán. No la he visto.— Dijo apenado.

— Retirate.— Le dijo al aga, el cual no dudó en salir lo más rápido que pudo, cerrando la puerta.— ¿Cómo te llamabas?.— Le preguntó a su favorita. Ella, indignada, le respondió "Halime".— Quita esa cara. ¿Sabes lo imprudente que has sido?.— Esos ojos tan fríos que tenía, le congelaron el cuerpo.— Si vuelves a hacer algo así una vez más, no dudaré en dejarte en el calabozo.

La cara de terror de la concubina era impresionante.

— Lo lamento, su majestad.— Se arrodilló, en forma de arrepentimiento.— Ya no me atrevo a mirarlo a la cara, mi señor.— Lalisa suspiró, agotada.

— Levántate.— Ordenó. Aquella chica era muy hermosa. Estaba tan cerca de ella, que podía apreciar su rostro muy bien. De pronto, recordó a Jennie, y la imaginó frente a ella, de la misma manera en que tenía a Halime. Puso su mano en la mejilla de su favorita, sin pensarlo. Sonrió del solo pensar en tener a Jennie así.

La concubina se sorprendió, y no perdió aquella oportunidad. Sentía que al fin podía tener al sultán en sus manos. Se acercó lentamente, y besó sus labios. Lalisa cerró sus ojos, imaginando que besaba a Jennie. Sus manos pasaron por los hombros de la chica, bajando su vestido, dejándolo caer por sus muslos, hasta sus pies. Su piel estaba suave, y perfumada. ¿Así se sentiría tocar a Jennie?. No, seguramente sería mucho mejor. Los labios de Halime eran suaves, pero seguramente los de Jennie lo serían aún más. No era Jennie...

Se separó rápidamente, incómoda por lo que acababa de pasar.

— Mi sultán...— Halime volvió a acercarse, embrujada por aquel beso.

Lalisa se agachó, tomando con sus manos aquel vestido que reposaba en el piso. Lo levantó, volviendo a vestir ella misma a su favorita.

— Es hora de descansar. Será mejor que te vayas...— Se dió vuelta, sin poder mirar a la cara a la chica. Se sentía molesta, frustrada.

La joven, sin decir nada, se retiró rápidamente, mientras lágrimas caían por sus mejillas. Estaba avergonzada; se sentía humillada.

Lalisa, por su parte, miraba sus manos, sintiéndo aún el calor de la piel de su concubina en ellas. Sabía que podía hacerlo, pero, ¿Por qué no se sentía cómoda?. ¿Es que acaso Jennie la había hechizado?. Así se sentía...

Se sentó en su escritorio, y tomó una de sus joyas, pues tenía por hobby hacer ese tipo de cosas. Miró una de sus esmeraldas, y la tomó. Era preciosa, era tan preciosa como Jennie.

Decidió hacer un colgante, con diamantes al rededor de la esmeralda. Aquello lo representaba como que Jennie resaltaba por encima de las demás. Era simplemente precioso...

— Si tan solo pudiera regalárselo...— Entristeció.

Decidió dormir, dejando aquel colgante en un pequeño cofre.

El Sultán [Jenlisa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora